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Día 8
(13/06/2008) Big Sur, San Luis Obispo y
Santa Barbara
Antes
Desde el lugar donde acabáramos haciendo noche el día anterior,
el
objetivo para éste sería llegar a Los Angeles, o lo más cerca posible.
La idea sería hacer noche en Santa Monica, pero como no tenemos
habitación reservada, podría no cumplirse y dejarse para el día
siguiente por la mañana.
En el trayecto de este día
pasamos por San Simenon, donde está el famoso castillo Hearst Castle,
la mansión que se construyó el magnate cuya vida se explica en la
película "Ciudadano Kane". También tenemos previsto parar en San Luís
Obispo y visitar su misión. Así como Santa Bárbara y Malibú. En caso de
conseguir llegar a Santa Monica, nos pasearíamos por la noche por la
3rd Street Promenade, donde siempre hay mucho ambiente.
Por el camino, no sé exactamente donde, he leído que se
encuentran lugares donde se pueden ver los leones marinos desde muy
cerca. Habría que hacer lo posible para encontrarlos.
Serían unos 230 Km que se deberían hacer en algo
menos de 3 horas.
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Después
Más tranquilo no se puede dormir, ni despertar. Me levanto
dispuesto a gozar de la vista del Pacífico que recuerdo de ayer, pero
cuando abro la puerta, la vista ha sido engullida por una espesa
niebla. Desayunamos en el mismo restaurante donde cenamos, claro está.
Tras uno de esos desayunos que te hacen pensar si es posible poner algo
más: huevos, bacon, salchichas, etc ..., todo hecho en el momento y muy
casero, completamos la maleta y la cargamos en el coche. Para cuando
hacemos el checkout la niebla ya está despejando. Menos mal, me veía
completando el día con decenas de fotos blancas. Tira a fresquito, así
que salimos en manga larga. Echamos gasolina y salimos hacia el Sur,
justo donde lo dejábamos ayer.
El mapa dice que
todavía estamos bastante lejos de Morro Bay, como a unos 100 Km, con lo
que comienzo a ver difícil que lleguemos a Los Ángeles hoy. Pero vamos
a ver lo que pasa. Pronto nos aparece el primer "Vista Point"
del día. A diferencia de los anteriores, éste tiene un aparcamiento de
grava para decenas de coches en lugar de un rescoldo de tierra para uno
o dos. Sin embargo la vista no es tan espectacular y a lo mejor esa es
la razón por la que estamos completamente solos. Hay un gráfico
explicando las diferencias entre un león marino, un elefante marino y
la foca. Cuando estamos por volver a meternos en el coche un ruido nos
hace caminar hasta el borde de la explanada y, justo debajo, hay un
numeroso grupo de... - me vuelvo a consultar el gráfico - focas, diría
que son focas porque aquí, como aparecían dibujadas, las focas son
grises. Es increíble, las tenemos a unos 5 metros y están todas
repanchingadas en la orilla, fuera del agua. Están tan dormidas que se
diría que es un grupo de cadáveres si no fuera por los movimientos de
las aletas. Me sorprendió ver que lo que yo llamaba aletas es
básicamente una mano, palmeada, pero mano. Algunas la usaban para
rascarse la barriga, tal cual lo hacemos nosotros en el sofá de nuestra
casa, pero una incluso se hurgaba la nariz. Estuvimos un buen rato hasta
que nos decidimos a volver a la carretera sólo para que, poco después,
llegáramos a otro "vista point" con gran aparcamiento, sólo que esta
vez, lleno de coches y gente. Está claro, si en el otro no había nadie
y aquí está todo el mundo es que vamos a ver algo especial.
Efectivamente, en la punta derecha de la explanada
hay un sendero que lleva a una enorme playa cuyo
acceso está cortado por una cinta que te deja a apenas dos metros
de una enorme colonia de elefantes marinos. El olor ya los delataba
antes que la vista. La playa está atestada de estos enormes
pinnípedos, tumbados en la arena. Una imagen muy parecida a una playa de
España en agosto, pero sin toallas. También hay leones marinos y
focas. Los elefantes se caracterizan por ser bastante más grandes y por
tener un amago de trompa como nariz. Algunos se están bañando en el agua y,
justo al lado nuestro, tenemos a un par de jóvenes ejemplares luchando
o jugando, ¡vete a saber!. Son los de la foto de la derecha.
Lo
único que nos impide salvar esos dos metros escasos para hacerte la
foto posando junto a ellos es, aparte de la cinta y la peste, un
hombre sentado en una sillita de camping. Cuando salimos de allí, como
queríamos seguir disfrutando de esa sensación de contacto con la
naturaleza en libertad, seguimos la línea de la playa, donde
continuaban
apareciendo focas y leones marinos de una forma más dispersa. Sin
embargo, nos topamos con los habitantes más desvergonzados de este
lugar: las ardillas. A lo largo del camino de gravilla van
apareciendo e incluso se paran a pedirte comida descaradamente. Hay
muchísimas y son extremadamente curiosas con lo que, cuando bajo mi
dedo hacia una moviéndolo, ella se acerca y comienzan a salir
amigas
hacia mi índice cual monolito de 2001. Se van turnando para
sujetármelo y olisquearlo hasta que la curiosidad de una de ellas pasa
del "¿A qué huele?" al "¿A qué sabe?" y me asesta un mordisco que me
hace huir en retirada. En realidad ha sido más el susto, ya que no
duele ni hay herida alguna. Eva, que había estado presenciando esta
escena,
divertida, decide tomar mi relevo y comienza a imitar mi "juego de
dedo" hasta alcanzar una multitud de ardillas a su alrededor, parece
Alvin. Como
muestra de hasta dónde llega el descaro de estos animales, la foto de
la izquierda.
Al otro lado del aparcamiento no había casi
nadie, pero se podían
seguir viendo elefantes y leones marinos y focas, aunque en grupos
mucho más reducidos. Allí pude hacer la foto de la derecha, con una
ardilla comiendo y mirando a cámara mientras el cuervo está "a sus
cosas".
Salimos de allí con la sensación de haber pasado un tiempo
mágico
que, ya por sí sólo, se había ganado el día. Pero todavía nos queda
un largo camino y, como todos los tiempos mágicos, éste se había
traducido en un largo tiempo real, con lo que si nos encontrábamos
muchos vista points más no íbamos a llegar ni a San Luis Obispo hoy. Lo
que ya me había quedado claro es que la visita al Hearst Castle nos la
íbamos a saltar. Esto había merecido más la pena que los lujos de un
ricachón. Eso sí, intentaría echar un vistazo a esa mansión por fuera.
Un poco más tarde, tras seguir conduciendo junto a la costa,
llegábamos al desvío de San Simenon que indica el camino a la entrada
del Hearst Castle. Concluye en un aparcamiento frente al Visitor's
Center, sin ninguna vista de la mansión en sí, así que reanudamos
nuestro camino sin bajarnos del coche.
Para cuando
llegamos a Morro Bay ya nos habíamos saltado algunos vista points en
los que el paisaje se podía ver desde el coche y que no igualaban en
absoluto a los de ayer. El característico montículo en el mar
que le da nombre a esta localidad está prácticamente tapado por la
niebla. La idea es no parar hasta San Luis Obispo, donde tenemos
previsto
comer, y así lo hacemos. Entramos en la ciudad pasando justo al lado de
la antigua misión que queremos visitar y de la comisaría de
policía que, sorprendentemente, tiene la misma arquitectura que la
misión. Un par de manzanas más adelante encontramos un bonito
aparcamiento de varios pisos hacia arriba, como todos por aquí. Lo que
hemos visto de San Luis Obispo desde el coche y lo que vemos desde la
última planta del aparcamiento -de donde es la foto - nos gusta. Todo
son edificios bajos - de hecho, el más alto resulta ser el aparcamiento
-, la mayoría encalados en blanco, pero con un aire muy diferente a las
típicas casas mediterráneas. Paseamos por las calles rumbo a la misión.
Son todo tiendas.
En la misión, la entrada es
gratuita y se accede a una pequeña exposición de objetos de la época.
Hay que explicar que aunque se trate de uno de los edificios más
antiguos de California, data de 1772, con lo que se exponen objetos del
siglo XIX como vestidos, muñecas, vajilla y, sobre todo, crucifijos,
imágenes, un altar, y objetos varios de la liturgia católica, que no
nos pueden sorprender por antiguo a los europeos. Pero ellos están muy
orgullosos, y una placa hace constar que estamos ante la quinta de las
21 misiones de California.
Sin embargo, todo está muy cuidado y es francamente bonito,
los
árboles de la entrada, el jardín de la misión, la estatua del obispo de
Tolosa, San Luís. Entusiasmados por lo que vemos, decidimos llevarnos
un belén de 14 piezas, muy original, aprovechando que todavía no
teníamos un nacimiento en casa. Abonamos los 40$ en la tienda de
regalos y comenzamos a pasear por las calles de la ciudad ya que, al
final, tenemos tiempo para comer porque todavía no son ni las 13:00h.
Bajamos por Chorro St., la misma calle donde está el
aparcamiento, hasta la siguiente: Higuera St. Nos adentramos en una
especie de pequeño centro comercial, de una sola planta, por supuesto,
que atravesamos para salir a un pequeño espacio natural, como un
trocito de bosque. La pared de ladrillo con una escalera de incendios
de madera verde hace de linde con los árboles y el arroyuelo que se
atraviesa por un rústico puente de madera.
Volvemos a Higuera St. para explorar algunas de las tiendas
que
habíamos visto. Entramos en una boutique para mascotas donde hay todo
lo que se pueda imaginar para gatos y perros, incluida una parte de
repostería con pasteles, canapés, etc ... para celebrar el cumpleaños
de tu mascota u ofrecerle un día especial. Y no me refiero a algo
cutre, no, más bien supera el muestrario de muchas pastelerías para
humanos. Me refiero a lo de la foto. Nos llaman la atención las palomitas de
maíz para perros que, aun siendo lo más barato de la tienda, se van a
5$. Todo es caro.
El escaparate de otra tienda ofrece diseños decorativos para
el
hogar, todos hechos con ¡cascos militares!. Lámparas e incluso una
mariquita que en realidad era una casco con patitas pintado de rojo.
Otra tienda ofrece cámaras de fotos y de video reparadas, con garantía
de funcionamiento, a precios irrisorios. Aunque ya teníamos cada uno
una cámara digital, me dan ganas de llevarme algo llamado únicamente
por semejante oportunidad.
Finalmente entramos a
comer en una enorme taberna en la que, al parecer, hacen fiestas y
conciertos, pero que ahora ofrece su imagen más cotidiana. Está en la
misma Higuera St. y se llama Mother's Tavern (http://www.motherstavern.com).
Aquí hacen virguerías con las hamburguesas, pero Eva, que se erige como
controladora del abuso de comida rápida, me recuerda la cena de ayer y
el desayuno de esta mañana. Mi hermana se ha ido al coche a buscar lo
que le sobró en
esa cena precisamente. Al final, y ya con el típico vaso de agua con
hielo y limón delante de nosotros, nos decidimos por una especie de fajita,
sólo porque lleva salmón y ensalada dentro y, aunque el agua entra
bien,
también nos apuntamos a unas cocacolas. Al llegar el plato, la fajita
resulta ser "fajota", ¡y vienen a pares!. Es como tener dos enormes
bocadillos
delante y, encima, acompañados por esas patatas fritas grandes, caseras
y buenísimas, que van al lado de todo. Así que yo me desvío del
camino "sano" y devoro mis patatas con todas las salsas que tenemos en
la mesa. Como el desayuno ha sido abundante, no llego a comerme la
segunda fajita, y Eva tampoco, así que pedimos que nos las "empaqueten",
y así
lo hacen. Parece que es lo más normal del mundo. Trini aparece
explicándonos que su caja de plástico con la parte guardada de la cena
no estaba en el coche y que el último recuerdo que tiene de ella es en
Gorda, esta mañana, cuando la dejó en el techo del coche para meter su
maleta; deducción: se quedó en el techo del coche y, evidentemente, no
consiguió seguirnos hasta aquí. Así que ha comido un bocata por ahí y,
de paso, ha eludido el control de sanidad de su cuñada. La comida nos
sale por unos 20$ y, encima, se puede decir que también tenemos la cena.
Salimos con la intención de ir al coche pero sin prisas,
paseando
por Broad St., Marsh St y Garden St. mirando las tiendas, pero sin
intención de entrar. Pero esa intención se diluye cuando pasamos ante
una megatienda de artículos de cine. Es un poco friki porque, aunque el
contenido es impresionante, yo no pondría a una réplica del mini-yo de
Austin Powers de tamaño natural, con la camiseta de los Lakers, en los
brazos de un Chewbacca también a tamaño real. Salgo con una figura de
un Jawa, de Star Wars, que mueve el cabezón. Me ha costado 15$,
pero mi hermana dice que los ha visto en Barcelona a 100€. ¡Eso sí es
negocio!
Aún entramos en otra tienda más, justo al
lado del parking. Es un outlet enorme de equipamiento
deportivo que ocupa varias manzanas. Sports Authority se
llama. Me
quedo anonadado en la sección de golf por la diversidad y por el
precio. Al final me decido a llevarme un drive. Yo no juego con
maderas, pero es que ésta, de marca Wilson, vale 29$ y yo taso ese
mismo palo en 150€ en Barcelona. Todavía no sé cómo lo embarcaré en el
avión, pero por ese precio merece la pena el intento, aunque al final
se quede aquí. Eva me quiere convencer para que le compre un juego
completo de palos con su bolsa por 100$. También está tirado, aunque
ella no juega, pero me lo hubiera llevado si no fuera por la razón
anterior. Eso sí que me dolería tener que abandonarlo por no
poder - o por ser demasiado caro - embarcarlo en los diferentes aviones
que faltan para nuestra vuelta.
Por fin nos
decidimos a salir de esta ciudad que tanto nos ha gustado. No había
leído en ningún sitio que aquí se tuvieran que hacer las compras, pero
es lo que siento después de haber estado. Este perfil de ciudad
californiana nos encanta, todos los edificios parecen recién pintados,
todas las calles están impecablemente limpias. Vamos a ver que nos
queda por delante, pero si esto es el tráiler, la película nos va a
encantar.
Desde San Luis Obispo, la Hw 1 se une a
la 101, la vía rápida que va por el interior. Ya no veremos más costa
hasta nuestra próxima parada en Santa Bárbara y, por lo tanto, tampoco
tendremos "vista points", así que espero salvar esos 150 Km en poco
tiempo, ya que éste se está consumiendo rápidamente. Pasan de las
16:00h y todavía veo opciones de llegar hoy a Los Ángeles.
Una hora y media después llegamos a Santa Bárbara. A mitad de
camino nos había tocado salirnos de la carretera en un lugar llamado
"Los Alamos" para echar gasolina. La impresión que nos ha dado lo poco
que hemos visto de ese lugar es la de un pueblo realmente pequeño,
alrededor de una calle principal, muy parecido a los que se nos
presentan como de la América profunda. No pude evitar pensar que, si
envejeciéramos las casas de ambos lados de la calle hasta hacerlas de
madera, sólo le faltaría el sheriff y el bandido apunto de retarse en
duelo en medio de ella. Es un ejercicio de imaginación, ya que, en
realidad, ni siquiera aparece el matorral seco cruzando la calle.
Damos una vuelta hasta que encontramos uno de esos edificios
para
aparcar que tienen aquí. De nuevo las vistas son preciosas, el mar en
un lado y en el otro un par de montañas tachonadas de casas, que deben
ser mansiones, visto el nivel. Es como la versión cara de San Luis
Obispo. Damos una vuelta para comprobar que la ciudad/pueblo está
impecable. Todo parece nuevo, por eso nos recuerda a San Luis Obispo,
sólo que las casas alcanzan un nivel más lujoso y hay palmeras por
doquier. Se respira tal pijerío que hasta el único músico callejero con
un bote para recolectar óbolos resulta ser una chica guapísima, vestida
de noche y tocando virtuosamente un arpa reluciente. Es la de la foto
de la izquierda. ¡Qué diferencia con los que aporrean el acordeón en
nuestros metros!
El transporte público
lo forman una red de trolleys muy peculiares, pero impecables también.
No hay tiempo para mucho más, el paseo no ha llegado a la hora. Y es
que el sol se va y todavía tengo la intención de parar en Malibú antes
de Los Ángeles. Sin embargo ahora ya queda claro que, aunque no llegue
a Los Angeles hoy, al menos nos quedaremos francamente cerca como para
dedicarle la mañana siguiente a Santa Monica, como tengo previsto. Me
veo durmiendo en Malibú.
La carretera vuelve a
estar junto al océano, ¡cómo lo echábamos de menos!. Las vistas de la
costa son hermosas, pero les falta la parte salvaje que ofrecía el Big
Sur, y es que por aquí no queda ninguna zona sin urbanizar. Incluso una
pequeña isla con cuatro palmeras, similar a la de los chistes gráficos
sobre náufragos, se encuentra accesible por una larguísima pasarela
sobre el mar. La calidad de la foto no es muy buena porque se hizo
desde el coche en marcha
y con la ventanilla subida.
Como se puede ver, el sol ya se estaba despidiendo y
estamos
inmersos en una frenética llegada a lo más lejos posible. Ya con más
oscuridad que luz, las señales de la autopista nos dejan ver que
estamos llegando a Los Angeles, si es que no lo hemos hecho ya. Y
entonces me pregunto "¿Y Malibú?", pues según el mapa nos lo hemos
pasado sin darnos cuenta. Me planteo durante un segundo dar media
vuelta, pero dado que ya es de noche, que queda bastante atrás y que el
objetivo de dormir en L.A. lo tengo conseguido, la duda dura muy poco.
Estamos inmersos en una de las ciudades más grandes del
mundo,
pero la sensación es de estar en una red de autopistas dentro de un
vasto terreno baldío. Hay palmeras y árboles a los lados, pero apenas
se ven edificios, sino más bien casas desperdigadas. Además la red es
compleja y nos perdemos en ella. Yo sé que tenemos que pillar la 10
para llegar a Santa Monica, y la encontramos pronto, pero cuando salgo
al darme cuenta que voy en dirección contraria a la costa me introduzco
en una maraña de autovías en la que me paso más de una hora hasta
volver a la 10 en dirección Santa Monica.
Cuando
llegamos es noche cerrada y aunque es sencillo orientarse hacia la
playa, la prioridad está en encontrar alojamiento. Yo tenía uno
preseleccionado por si conseguíamos llegar, un Travelodge muy cerca del
pier y en primera línea de playa. Pasamos por el pier que se
ve muy iluminado y animado, cerca de allí, y no sin dificultades,
encontramos el motel (29). En realidad, lo que en el mapa parecía primera
línea de playa no lo es, es la calle más cercana, pero entre ésta y la
playa pasa la autovía, lo que hace que la distancia a salvar sea poca,
pero mucho mayor en tiempo, aparte de que no se ve desde allí. Sin
embargo, cuando entramos nos indican que no tienen habitaciones libres.
Nos ofrecen un mapa de Santa Monica donde están marcados lo moteles. Me
fijo en un Comfort Inn (7) que está subiendo por la siguiente calle porque
es la misma cadena que el hotel de Filadelfia que tanto nos había
gustado, pero cuando llegamos también nos dicen que está completo. Son
las 22:30 y cada minuto resta opciones de encontrar cama para hoy. Para
llegar aquí habíamos pasado por delante de un Best Western (5), volvemos
para que nos digan que acaban de dar la última habitación que les
quedaba. Ahora sí que me pongo nervioso: la noche puede acabar mal.
Mientras deambulamos por Santa Monica parando en todo lo que parece
poder ofrecer una habitación le voy dando vueltas a algo. Cuando
investigaba sobre este lugar recuerdo haber leído el diario de una
pareja que se alojó en un Travelodge del que habían quedado encantados,
cuyo único problema era que estaba alejado de la playa, pero que con
coche ese problema desaparecía, se llamaba Travelodge Pico (31) y me ha
venido a la memoria al pasar por Pico Boulevard. Pero es una calle muy
larga y no sé dónde está. Así que, cansado de recibir negativas, decido
jugar esa carta, ya que le concedo más probabilidades al estar alejado,
tanto que ni aparece en el mapa que tengo. Para localizarlo se me
ocurre volver al primer hotel, ya que siendo de la misma cadena, estoy
convencido que podré obtener el teléfono.
Durante la llamada me dicen que les queda una habitación y
que la
pueden hacer para tres personas, serían 169$. Acepto de inmediato y me
anoto las indicaciones para llegar. La verdad es que no aparecía en el
mapa por muy poquito.
Llegamos enseguida, sabiendo que estaba en Pico Blv con la
31,
subimos por el ya conocido Boulevard, 27, 28, 29, 30 y 31, aquí está.
En el aparcamiento sólo hay un sitio libre. Suficiente.
Cuando entramos hay un tío tocando la guitarra y deja de
hacerlo
para atendernos. Nos trata como si fuéramos amigos, de su mismo club de
surf, en una simpatía cerca de la exageración, pero sin llegar a ella.
Creo que el tipo es así. Nos explica rápidamente que la habitación ya
está lista, que el desayuno para mañana será en la sala que hay junto a
la recepción y que le preguntemos lo que queramos, a nuestro aire. La
habitación resulta ser grande. Tiene incluso lo que en la oficina
llamamos un "office": una sala estrecha con una mesa, sillas, cafetera... La impresión del Travelodge Pico es francamente buena.
Sin más dilación dejamos las maletas y nos disponemos a salir. Queremos
ir a la 3rd Street Promenade a cenar, aunque no sabemos que nos vamos a
encontrar "al filo de la medianoche". El amigo me indica cómo llegar y
donde aparcar en un mapa y para allá que vamos.
El
parking es como todos los que nos hemos encontrado y está en la 2nd
Street, por lo tanto, a una sola manzana de la 3rd St.
Promenade y
a un par de la playa. Además, hay señales de "Parking" que te llevan
hasta él. En el pier
habíamos visto ambiente, pero en esta calle la cosa parece estar
acabando. Hemos llegado demasiado tarde. Hay pequeños grupos de jóvenes
alargando su fiesta en la calle porque casi todos los locales están
cerrados. Nos metemos en el que vemos abierto. Es como el típico bar
americano, con una barra super larga y mesas y sillas fijas enfrente,
aunque en realidad es un restaurante italiano. Trastevere se llama.
Sin embargo, en éste tienen música de discoteca y ambiente de fiesta.
Nos sentamos en una mesa libre y preguntamos por la posibilidad de
cenar. No hay problema y, además, el que nos atiende es latino y habla
castellano perfectamente. Las pizzas tienen buena pinta y están bien de
precio, así que caen tres. Trini se toma un chupito, yo tengo que
conducir. Sale todo por unos 50$ y, cuando salimos, aún hay gente en la
terraza que tienen en la misma Promenade. Estamos cansados y nos vamos
a dormir.
Pero antes, al llegar al motel, nos encontramos con el
inconveniente de que no hay ninguna plaza libre en el aparcamiento. Me
voy a recepción donde el chico de la guitarra ha dejado su sitio a
otro. Afortunadamente tienen previsto este inconveniente y me lleva
hasta el aparcamiento, en la manzana de enfrente, de otro sitio con un
cartelito colgando del retrovisor conforme el vehículo pertenece al
Travelodge. Ahora sí, ya puedo irme a descansar.
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