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Día
7 (12/06/2008) Vuelo a la costa Oeste. Monterey, Karmel y Big Sur
Antes
El avión a San Francisco sale a las 8:40, así que toca
madrugar
para llegar a tiempo al aeropuerto JFK. Son 6 horas y media de vuelo
pero, debido al cambio horario, está previsto llegar allí a las 12:10h.
En el mismo aeropuerto pillamos el 4x4 que tenemos alquilado y haremos
carretera, comiendo donde nos pille, hasta Monterey. Un paseo por
Monterey siguiendo una corta ruta que viene en la guía de California
que me llevaré y volveremos a pillar la carretera hasta Karmel, que
está muy cerca. El pueblo del que, hasta hace poco, era alcalde Clint
Eastwood tiene pinta de ser muy bonito. Un paseo por él y las vistas de
sus playas debería bastar.
A partir de aquí la ruta se hace por la carretera de la
costa, la
Hw 1, con muchos lugares donde pararse a disfrutar del paisaje de los
acantilados y el mar. Este día no tenemos hotel reservado porque la
idea es llegar lo más lejos posible. Según mis cálculos, como mínimo
deberíamos llegar a la localidad llamada Big Sur (B en el mapa), que le
da nombre a toda esta zona y que me consta que tiene mucha oferta de
alojamiento. Como máximo, llegaríamos a Morro Bay (C en el mapa), donde
tengo localizados un par de moteles de los que hablan muy bien en
algunos foros. El trayecto mínimo sería de 164 Km, que deberíamos hacer
en 1h 38' si lo hiciéramos del tirón.
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Después
Hoy toca madrugar. A las 7:00 ya nos espera el taxi en la
puerta
del hotel. El trayecto al aeropuerto tiene tarifa fija: 40$ y
deberíamos llegar con tiempo sobrado para una facturación que cierra a
las 8:10.
El taxista me sorprende subiendo hacia
Harlem en lugar de ir al Sur. Según el mapa que tengo en la cabeza no
me cuadra del todo. Sale de Manhattan por el puente de Queensboro y en
su GPS veo que se acerca mucho al aeropuerto de La Guardia. "Vamos al
JFK, ¿verdad?", "Al JFK, Sí", me contesta. Yo no acabo de estar
contento y le pregunto sobre si la ruta no era mejor por el Sur y él se
indigna, al parecer: "¿Se cree que no se hacer mi trabajo?. He llevado
mucha gente al JFK y éste es el camino bueno... Además, El precio es
fijo, ¿porqué se preocupa?". Yo zanjo el tema diciendo que lo lamento y
que sólo quería asegurarme de ir hacia el aeropuerto correcto. El resto
del camino lo hicimos en silencio y mirando el paisaje a través de la
ventanilla, despidiéndonos de Nueva York ¡A más ver!.
Ningún problema en la facturación y, tras una corta espera,
nos
metemos en el avión. Cuando despega podemos ver una inmensa zona de
casas con jardín. ¡Eso es Long Island!, lo sé porque yo he estado
perdido allí. El sueño y una especie de Trivial que hay entre los
juegos de la pantallita que tenemos todos en el asiento de delante, y
en el que competimos todos los pasajeros, nos hacen pasar las seis
horas y media bastante rápido.
Ya en el aeropuerto
de San Francisco, seguimos las señales de "Car rental" que nos llevan a
un pasillo donde están todas las empresas de alquiler de vehículos, una
al lado de la otra. Dollar está al final. Delante de cada mostrador han
colocado esas cintas que organizan las colas en forma de "S", y la
nuestra no es una excepción. Como hay varios atendiendo en cada
compañía, la cola pasa rápido. Mi primera misión aquí es asegurarme de
que el precio es correcto, después de lo de la Costa Este me parece
extraordinariamente barato. Me aseguran que la tarifa que muestro en mi
hoja impresa de la compra por Internet es correcta y que lleva casi
todos los seguros. Sólo nos falta uno: el que asegura al conductor y
acompañantes. Me dice que por muy poco más lo pueden añadir, me quedo
dudando, me ofrece añadirlo por el mismo precio, le digo que por
supuesto. Me pregunta si quiero pagar un depósito de gasolina para no
tener que molestarme en llenarlo cuando lo entregue. Yo, que recuerdo
lo que me ha hecho Hertz, le pregunto por el precio. Resulta que nos lo
ponen a un precio menor que en las gasolineras, mientras que en Hertz
lo pagué ¡al doble!. Tengo que bajar en un ascensor al parking para
recoger el vehículo. Estoy satisfecho con el precio y me queda la
sensación de que hubiera podido incluso sacarlo mejor si lo hubiera
venido a alquilar aquí, en vez de llevarlo comprado desde Internet.
El Jeep Liberty blanco nos encanta. Con la lección aprendida
pongo la marcha D y "palante". Me incorporo a la autopista, que es muy
amplia, y compruebo, varias veces, que voy en la dirección correcta.
¡Parece que se me da mejor la Costa Oeste!. Al rato pasamos por al lado
de San José. Leí que, como visita turística, en San José tienen una
casa "encantada" en la que puedes hacer una ruta por ella entre
poltergueises (no confundir con los nativos de Portugal). Pero nosotros
vamos a Monterey del tirón. Siguiendo las señales, primero hasta Santa
Cruz, y luego hasta Monterey, entramos en la ciudad, llegando hasta la
costa enseguida. Encontramos un aparcamiento al lado del mar, donde
además hay un restaurante japonés: Sapporo. Los parquímetros son
bicéfalos y funcionan con "quarters", esto es, monedas de 25c. Echo
como para una hora y subimos al restaurante.
Han
sido algo menos de dos horas de camino y falta poco para las 15:00h. A
esta hora ya ha comido todo el mundo por aquí y queda demostrado al ver
que somos los únicos clientes del enorme restaurante con ventanales al
puerto olímpico y el mar. Está situado en un lugar privilegiado, así
que nos preparamos para unos precios turísticos. En la carta lo
parecen, pocos platos bajan de las dos cifras, pero tras pagar unos 70$
por tres cocacolas enormes, con mucho hielo, tres sopas de miso, una
bandeja de sushi, otra de sashimi, otra de pato a la naranja y una
cesta de tempura, más tasas y propina, no nos parece tan caro: unos 15€
por persona y disfrutando de unas vistas maravillosas.
Vamos a dar una vuelta por este pueblo, que promete. Pero
antes
echo monedas para una hora más de parking y sacamos las chaquetas del
coche porque, aunque parezca mentira, hace fresquito. Nada que ver con
el calor infernal de la Costa Este, ¡Y eso que el nombre amenazaba con
más temperatura! Cali->Calor, fornia->Horno.
Vamos al borde del mar y nos metemos por lo que aquí llaman
"pier". Nosotros lo llamaríamos, quizás, malecón. Es una plataforma que
se introduce en el mar con un suelo sujeto por robustos pilares de
madera
que la mantienen elevada sobre el agua. Normalmente el suelo también es
de madera. En este pier, donde hay plazas para aparcar, tenemos el
puerto deportivo que veíamos desde el restaurante a la izquierda y una
larguísima playa a la derecha. En frente, nuestro primer contacto con
el Pacífico, que hoy hace honor a su nombre. A pesar del fresquillo,
hay bastante gente en la playa. A nosotros nos ha pillado de sorpresa y
no nos apetece un baño, así que continuamos nuestro paseo. Pasamos por
un faro rosa y vemos otro pier, pero este supera con mucho la
definición de pasarela, es más bien un pueblo elevado al mar. Aquí
empieza el recorrido que aparece en mi guía visual Anaya para hacer por
Monterey. Dejamos ese pier espectacular y el mar, donde un lobo marino
que nada cerca nuestro ha puesto a trabajar las cámaras de fotos, para
después y nos acercamos al parque histórico, que comenzamos a ver desde
aquí.
Éste ya es un paisaje más de Western, pero de western en
pueblo
mejicano: una fuente de piedra en el centro de una amplia plaza de
tierra, flanqueada por una casa de dos plantas donde han colocado
figuras troqueladas, a tamaño real, de indios, colonos y vaqueros. Uno
de los colonos, en la foto de la derecha, lleva un trabuco al hombro y
viste lo que claramente es ¡una barretina!. Parece fuera de lugar y
agradezco que no hayan colocado al típico "caganer" aquí.
Seguimos por una rambla llena de tiendas,
conviviendo las de
diseño con las de antigüedades. Está todo excepcionalmente limpio y
cuidado, con flores y plantas por doquier, y eso obliga moralmente a
apagar los cigarros en los ceniceros. Llegamos a una pequeña plaza, muy
coqueta, donde, cruzada la calle, Eva localiza un Café donde quiere
tomar el que no ha tenido tras la comida. Allí, un viejecito se pone a
hablar con Eva, que alaba el café de ese local - que se llama "Café
316", pero en el que también venden ropa - diciendo que por fin tomaba
un café que no estuviera aguado. El hombre es italiano, pero habla
castellano perfectamente, lleva más de 20 años viviendo en Monterey y
está encantado. Nos pregunta hacia dónde vamos y yo le explico que
vamos a hacer la ruta del Big Sur hasta Los Angeles. Al oír lo de Los
Angeles hace cara de disgusto y nos cuenta que ha vivido allí, pero que
no aguantó. "Viven 10 millones de personas", nos dice, "No tiene nada
que ver con la tranquilidad que hay aquí". Cuando le decimos que la
siguiente parada es en Karmel nos comenta que es un lugar precioso. Lo
que nos ha explicado nos dan ganas de ver Karmel, pero también de
quedarnos en Monterey.
Estamos en Del Monte Boulevard y nuestro tranquilo y relajado
paseo nos lleva a Pacific Street. Pasamos cerca de la casa de Robert
Louis Stevenson, pero ya tenía decidido no entrar. Al girar vemos pasar
un vehículo, parece un tranvía de madera, pero va con ruedas. Pone
"Trolley" y tiene indicado el año 1903, pero está impecable. Luego
vemos pasar un cochazo rojo, es un deportivo, pero su carrocería es más
parecida a la de los coches antiguos. La verdad es que todo lo que
vemos aquí nos gusta. En esta calle está el primer teatro de
California, que básicamente se trata de una cabaña de madera.
Bajamos por Scott St. porque, ahora sí, vamos al pier que
hemos
visto antes. En realidad es un centro comercial e incluso está
asfaltado. Parece mentira que todo eso se aguante sobre el agua por
troncos. Las calles dentro del pier son de tienda tras tienda, todas de
madera, y pintadas con vivos colores, que crean un ambiente muy
peculiar. Pasamos por un par de sitios donde venden entradas para salir
en barco a ver ballenas. La migración de la ballena gris pasa por aquí
entre Diciembre y Abril, por lo que no estamos en época. Hay
esculturas, centenares de gaviotas posadas en los tejados, provistos de
veletas con ballenas suplantando el típico gallo. En el mar, han dejado
un cuadrado flotante de madera para que los leones marinos descansen en
él y hay un par tomando el sol. También nos topamos ¡con la máquina de
Zoltar!. El mago que le concedió el deseo a un niño de a ser Tom
Hanks en "Big" y que aparece en la foto de la derecha (el mago es el de
la izquierda).
En las primeras etapas del plan de este viaje poníamos pasar
una
noche en Monterey, y nos vamos pensando que hubiera merecido la pena.
Monterey nos ha enamorado hasta el punto que Eva está hablando de las
posibilidades de venir a vivir aquí. Son casi las 17:00 y al
parquímetro le faltaba poco para expirar. Salimos y nos ponemos en
Karmel enseguida.
La primera impresión es la de un
pueblo completamente camuflado con el entorno: las casas son de piedra
y con mucha vegetación. Nada destaca en modernidad o diseño. Es como
encontrarse una cabaña en el bosque, pero una detrás de otra, y todas
de lujo. Dado lo apretado del tiempo, la idea ahora era dar una vuelta
por Karmel, pero no bajarnos
del coche, hasta que llegamos a la playa. Lo que vemos nos obliga a
aparcar y dar una vuelta. La playa de Karmel es preciosa por su aspecto
salvaje, pero muy cuidado. El suelo de fina arena blanca está salpicado
de pinaza y árboles de trocos retorcidos van apareciendo aquí y allá.
Parece una playa virgen más que la perteneciente a un pueblo y la
limpieza es espectacular. Vemos dispensadores de bolsas para recoger
los excrementos de las mascotas cada tanto. La belleza del paisaje, al
que se ha incorporado la neblina, nos llama a quitarnos los zapatos y
adentrarnos en la playa. Hacemos muchas fotos aquí para el poco rato
que podemos estarnos.
Volvemos a pillar carretera y
esta vez comenzamos oficialmente la Hw1. El sol se nos echa encima y
todo lo que hemos visto hoy de California nos ha encantado. En cuanto
comenzamos a circular por los acantilados que resisten los
envites
del Oceano Pacífico, comienzan a aparecer, cada poco, letreros donde
pone "Vista
point", así como lo escribo, y cada uno de estos vista
points consta de un espacio donde poder parar el coche y disfrutar de
un magnífico
paisaje. Como nos gustan tanto, no nos dejamos ninguno de estos puntos.
En algunos de ellos el paisaje aparece tiznado con algo de niebla que
sólo hace más entrañable el espectáculo. Atravesamos la localidad
llamada Big Sur por una carretera vigilada por altos y frondosos
árboles, parecidos a abetos. Aquí podríamos parar a hacer noche, pero
como adivino todavía un par de horas de luz, decido continuar el
camino. Pasamos por el Pfeiffer State Park, del que había visto una
foto con una cascada cayendo a morir sobre la arena de la playa, pero
habría que entrar en el parque para verla, así que seguimos hacia
delante.
El
sol se pone y, aparte de darnos fantásticas opciones de fotografiar el
atardecer en este bello lugar, también significa que la noche nos puede
pillar en esta carretera. Es evidente que no llegaré a Morro Bay, pero
van pasando los kilómetros y no pasamos por la civilización y, por lo
tanto, tampoco por opciones de alojamiento. Hace más de media hora que
pasamos por el Big Sur y comienzo a arrepentirme de no haber parado
allí. Pero casi sobre la bocina, aparece un rincón en medio de una
recta, donde se ve una gasolinera y un cartel que pone "lodging". Hemos
llegado a un lugar llamado "Gorda" compuesto, aparentemente, por una
tienda sobre la que hay 4 habitaciones para alquilar, una gasolinera y
un bar restaurante. Dejo a las chicas en el coche y me meto en el bar a
preguntar por las habitaciones, me dicen que pregunte en la tienda.
Tiene narices que sólo haya dos sitios y vaya al equivocado. La ley de
Murphy se presenta incluso en lugares tan apartados de todo como éste.
Me dicen que la habitación vale 120$ la noche. Me parece algo caro para
los precios de moteles de carretera que había leído, pero acepto ante
la alternativa de acabar durmiendo en el coche en medio del bosque. Sin
embargo, no se trata de un motel, la habitación es una pequeña casa,
con chimenea y todo y, si dejas la puerta abierta, todo el azul - azul
oscuro ahora - del Pacífico entra por el umbral. No está tan mal por
80€. http://www.gordasprings.com
Me fumo un cigarro en la terraza de la habitación mirando
como
los colores de cielo y mar se van oscureciendo hasta fundirse en el
negro. A uno le da por pensar que se va de vacaciones por momentos como
éste.
Una buena cena en el restaurante. Todo el lugar hace
referencia a la
observación de ballenas y el bar tiene una decoración con claras
referencias de pescador, además de que se llama "Cafe Whale watchers",
café de los observadores de ballenas. Cae un típico plato combinado de
hamburguesa y patatas, aunque son patatas gordas, de las que molan, y
la hamburguesa está buenísima. Una gran diferencia entre pedir una
hamburguesa aquí y en España, es que aquí, con lo que te ponen, puedes
comer dos días. De hecho, mi hermana pregunta si puede llevarse lo que
le ha sobrado y el restaurante nos sorprende con unos envases que ya
tienen para estos menesteres. Tomo nota de esto.
En el corto trayecto
hasta la habitación me pregunto si no habrá más pueblo detrás de los
árboles. "Esta gente tendrá que vivir por aquí", pienso. También me
fijo
en una extraña señal que apunta a muchísimos sitios y que destaca,
sobretodo, en un lugar donde sitios sólo hay dos.
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