|
|
Día
12
(17/06/2008) Balboa Park y traslado a Las Vegas
Antes
Otra vez toca madrugar. La mañana estará dedicada
a San
Diego. Por un lado debería dar tiempo a visitar lo que no pudiéramos
hacer de Balboa Park el día anterior y, por otro, al principio del
camino, en un lugar curiosamente llamado Escondido, hay una atracción
que pertenece al afamado zoo de San Diego que permite interactuar con
animales salvajes sueltos y dar de comer a jirafas y rinocerontes, se
llama "Wild animal park". Esta
visita no es prioritaria, pero está en mente. Después, comiendo allí o
por el camino, quedaría conducir a través del desierto de Mohave hasta
Las Vegas, donde quiero llegar anocheciendo porque me han explicado que
la visión de las impresionantes luces de la ciudad entre la negrura del
desierto es una imagen impactante.
Es un trayecto largo, de 535 Km. que deberíamos
salvar en casi cinco horas.
Una vez
instalados esa noche empezaríamos a visitar algún hotel del Strip y
vivir un poco el ambiente festivo de Las Vegas por la noche.
|
Después
Bueno, pues tenemos la mañana para dedicarla a San Diego. Me
gustaría ir al Wild Animal Park, pero ahora ya lo veo difícil.
Una vez que ya estoy preparado para ir a desayunar, y
mientras
espero a que las mujeres estén listas, salgo a la terraza - una
terraza-pasillo común a todas las habitaciones de esta segunda planta -
a fumarme un cigarro. El jardín parece bonito, así que bajo para pasear
por él. De repente oigo un zumbido espeluznante y busco el origen
esperando encontrar el abejorro más grande de la historia, pero aunque
el sonido me evocara algo así, el causante no podría estar más lejos de
mis temores: un colibrí. Me quedo observando, boquiabierto, como pasa
revista a todas las flores del arbusto que tengo al lado. ¡No sabía que
había colibrís aquí! Después de analizar todos los detalles de un viaje
es muy agradable encontrarte con una sorpresa como ésta, tan fuera de
las expectativas. Lamento no haber traído la cámara, pero no creía que
fuera necesaria para fumarse un cigarro en el hotel, y no puedo ir a
por ella porque el colibrí ya no estaría. Sólo me queda disfrutar el
momento. No vuelvo a subir hasta que le pierdo de vista, cuando se va
de ese arbusto y desaparece en un instante.
El día
empieza bien. Comento la experiencia a mis compañeras de viaje mientras
vamos al salón donde sirven el desayuno. No digo restaurante porque
aquí no hay. El desayuno está bien. En general, es el peor hotel de las
vacaciones, pero no es tan malo, sino más bien que el listón está muy
alto.
Ya en el coche, volvemos a la autopista rápidamente. ¡Como
para
no encontrarla después de lo de anoche!. Nos ponemos en Balboa Park en
poco tiempo, aunque pasadas las 11:00. El aparcamiento es amplio y
gratuito, una grata sorpresa. El tranvía con ruedas que recorre el
parque también lo es, otra grata sorpresa. Ya dije que el día empezaba
bien. Vamos hacia la parada y nos sorprende ver lo bajo que pasan los
aviones. El aeropuerto de San Diego debe estar muy cerca - si no dentro
- de la ciudad ya que, en pleno centro, parece que los puedas tocar
cuando pasan.
El tranvía es bonito, casi todo de
madera, y la conductora hace las veces de guía, explicándonos por donde
pasamos. Casi todos son museos, donde destaca el de la aviación y el
espacio, con varios aviones de guerra, expuestos fuera, como
pequeña muestra del interior. Nosotros no vamos a entrar en ninguno, y
el zoológico de San Diego, que también está en este parque, ya había
quedado descartado antes de venir. La idea es visitar lo que podamos
por
fuera, dando un paseo, pero la verdad es que si quisieras gastar dos o
tres día en este parque podrías hacerlo perfectamente. Nos paramos en
la plaza
que, según el mapa, es el epicentro del parque: Plaza de Panama (no
pongo acento porque ellos no lo ponen). Desde aquí se puede ir a
cualquier lado. Por el mapa y por lo que ya vemos por aquí, nos llama
ir por el amplio paseo que tiene nombre de "El prado". Los nombres son
españoles, y la arquitectura también evoca nuestra cultura. Este
sentimiento se acentúa cuando, en un patio del primer edificio, nos
topamos con tres estatuas de tres personajes distintos: Velázquez,
Murillo y Zurbarán.
Todo es
muy bonito, se entiende
porqué nos lo recomendaban. Los edificios siguen una misma línea
arquitectónica, como de la España colonial, con exceso de ornamentación
en la fachada. Un buen ejemplo lo tenéis en la foto.
Continuamos admirando los edificios de El Prado hasta que se
abre
un amplio espacio a nuestra izquierda, con un bonito lago y un edifico
semitransparente, como de herbolario. Según el mapa es el jardín
botánico. Nos atrae y nos encaminamos, admirando el lago con peces de
colores, hacia allí.
Recorremos ese jardín botánico
cerrado con verdadera curiosidad. Hay incluso árboles, que cerca están
de tocar el techo. Evidentemente, hay todo tipo de plantas, pero las
que más llamaron mi atención estaban en la sección de carnívoras, como
la de la foto de abajo a la derecha, que ha desarrollado una serie de
"bolsitas" con tapa y agua azucarada en el fondo, de forma que cuando
un insecto se introduce a probar el néctar, se cierra la tapa y se
convierte en comida a su vez.
Al salir me quedo admirando la belleza del paisaje formado
por el
lago, frondoso en nenúfares y flores de loto, y el edificio de
enfrente, cuando un avión pasa, de nuevo muy cerca, protagonizando la
imagen. Me parece tan original que me quedo esperando en ese punto,
cámara en alto, a que pase otro avión. Y espero, y espero, hasta que ya
me presionan para que continuemos nuestro camino. La ley de Murphy se
muestra en todo su esplendor, y ni un minuto después de haber dejado mi
posición, otro avión aparece en el cielo, en el cielo cercano,
claro. En fin, supongo que esto es igual en todas partes. Así que me
quedo con la foto del sitio, pero sin avión.
Continuando por El Prado llegamos al final, con una gran
plaza
con una fuente circular en el centro. Aquí está el museo de historia
natural y el centro de las ciencias. Es bonito. Damos la vuelta
alrededor de la plaza y volvemos por el mismo Prado hasta la Plaza de
Panama, donde nos quedamos esperando el tranvía que nos devuelva al
coche.
Es una lástima, los diferentes retrasos y
pérdidas en los diferentes lugares han acabado penalizando esta ciudad
que, sin duda, merecía más tiempo. Nos vamos con un buen sabor de boca
de San Diego. Pillamos la I15, que pasa justo al lado del parque. Esta
vez el trayecto es
fácil, aunque largo, ya que esta misma autopista nos lleva directamente
a Las Vegas.
Me quedo mirando la salida a
Escondido, por mucho que quiera ya no hay posibilidad real de poder
disfrutar de los animales salvajes, así que continuamos para acabar
entrando en la zona desértica que, según tengo entendido, nos
acompañará el resto del viaje.
Poco a poco
desaparecen las viviendas de nuestro alrededor al mismo ritmo que los
coches de la carretera. Tras un par de horas conduciendo me avisan de
que deberíamos ir buscando un sitio para comer, pero yo ya hace rato
que no veo ninguno, ni para comer ni para cualquier otra cosa. Sin
embargo, algo más tarde, y en medio de la nada, aparece un extenso
centro
comercial. Desde la carretera veo un Hooters, pero ya una vez entre las
calles, todas iguales, del polígono compuesto por grandes bloques
cuadrados y bajos, no lo encuentro y acabamos parando en una franquicia
de comida mexicana: Rubio's Fresh Mexican Grill. Es
como una pequeña ciudad con negocios, tiendas y restaurantes, pero está
prácticamente vacía. ¡Y no me extraña! ¿Quién coño va a venir aquí?.
Realmente se me presenta un misterio: estos negocios, ¿de qué viven?¿de
dónde viene esta gente a trabajar aquí si no hay ninguna casa en muchos
kilómetros a la redonda?. Y por si fuera poco, resulta que los precios
son los más baratos que hemos visto, hay tacos por un dólar.
Pues en esas, comemos en ese inmenso interrogante por 14$ los
tres, unos tacos potentes, ¡con barra libre de Coca-Cola,
por supuesto!,
traducido sale a unos 3€ por persona. Yo no me lo explico.
Puedo entender que a algún iluminado le dé por montar un centro
comercial en medio de ninguna parte, puedo entender que alguien pueda
acabar aquí en ruta, ya que está junto a la autopista, como nos ha
pasado a nosotros; lo que no puedo entender es que alguien venga cada
día a trabajar en una franquicia de comida rápida o monte su oficina en
este lugar. Aunque en realidad, por lo que veo, la gente que viene está
más cerca de "nadie" que de "alguien".
Continuamos
nuestra ruta, ya en pleno desierto de Mohave. Los Joshua trees han ido
apareciendo, poblando las vastas explanadas de ambos lados de la
carretera, pero en este sitio están por doquier. ¡Y pensar que me
planteé dar un gran rodeo para pasar por el Joshua tree National Park
para contemplar esta especie de árbol del desierto!. La carretera
aparece como una infinita recta hacia delante. A pesar de que la vista
alcanza a varios kilómetros, no se ve el final. Supongo que será la
novedad, pero el viaje, que dura unas cinco horas, no se hace monótono
ni aburrido, sino que no paramos de contemplar lo que nos rodea. ¡Y a
mí que Los Monegros se me hacen interminables!.
En el mismo instante que cruzamos la frontera del estado y
entramos en Nevada aparece ante nuestros ojos un hotel gigante rodeado
de una gran montaña rusa. Al acercarnos leemos Buffalo Bill's. "Ya
estamos llegando", pensamos, pero en realidad es sólo un preámbulo.
Este hotel está sólo en ese desierto, como un mastodóntico proyecto, de
apariencia
ya anticuada, que mira de atrapar, supongo, a los jugadores que están
tan desesperados por perder su pasta que no pueden esperar a llegar a
Las Vegas.
Empiezo a ver claro que llegaremos de
día a Las Vegas. Podíamos haber aprovechado más el tiempo en San Diego.
En fin, ahora ya no se puede hacer nada y, a cambio, pasada media hora
más de coche, divisamos Las Vegas, como un gigantesco oasis de
edificios ocupando esta parte de desierto. La I15 atraviesa la ciudad y
pasa paralela al strip, de forma que, a nuestra derecha van apareciendo
los famosos hoteles, por su parte de atrás. Alguno, como el Mandalay
Bay, tiene pantallas dando a esta autopista con sus atracciones. Un
poco más adelante aparece, como un enorme titán blanco, nuestro hotel,
el Excalibur, con sus torreones coloridos en rojo y azul. Ya hemos
llegado. ¡Viva Las Vegas!.
Salimos de la autopista y orientarse resulta muy fácil al no
poder perder de vista el hotel. Llegamos a una calle, perpendicular al
Strip, que es la siguiente. A la izquierda el New York New York, y a la
derecha el nuestro. Me meto en una especie de rotonda que pertenece al
hotel, pero eso no es la entrada, así que continuo por el Strip -
aunque en realidad la calle se llama Las Vegas Boulevard - y rodeo el
hotel hacia donde nos llevan las indicaciones: una rampa con una cola
de
vehículos y un ejército de aparcacoches. Aquí sí que es.
Vemos como se llevan el coche, dándonos un ticket a cambio y
entramos al Excalibur con las maletas y con la boca abierta. Olvidaos
de los vestíbulos de hotel, aquí lo que hay es un inmenso casino en el
que te puedes perder antes de encontrar la recepción (Porque habrá
recepción, ¿no?) o cualquier otra cosa, como el camino a una
habitación. Poco a poco nos habituamos al cambio de luz del casino
mientras buscamos donde dirigirnos, está animado y no podemos dejar de
mirar a los jugadores en las máquinas, o el hermoso deportivo que luce
en un pedestal como premio. La vista no alcanza los lindes de este
gran centro de ocio y unos letreros en el techo son la única referencia
para orientarse. Por fin la vemos, en un rincón a la izquierda, la
recepción, y no es que sea pequeña. Hay cola para ser atendido por
alguna de las muchas personas que hay tras el mostrador.
Cuando nos toca el turno nos dan un mapa del hotel - que aquí
hace falta -,
la llave, que es de tipo tarjeta de crédito por supuesto, y nos indican
que estamos en la torre 2. Hay que seguir las señales para llegar a la
única puerta de la torre en cuestión, guardada por un vigilante que le
pide que muestre la llave a todo el que quiera pasar. La habitación
cumple con las expectativas, con su pantalla de plasma de 42" y las
vistas al NYNY que muestro en la foto de arriba a la derecha. Un rato
de solaz, otro para vestirnos de noche y bajamos ansiosos a por nuestro
primer contacto con el Strip.
Ya de nuevo en el
ineludible Casino nos para un hombre grande, vestido como los de
seguridad. Nos quiere hablar de nuestras opciones en la ciudad. Nos
propone poder ver un espectáculo del Circo del Sol en el Treasure
Island por 40$. Yo, que ya había mirado precios antes de venir y que
había descartado esos espectáculos por salir a más de 100$ por persona,
le digo que nos interesa, sin duda. El truco, me explica después, es
que
tenemos que pasar la tarde de mañana en una charla para vendernos algo.
A mí me suena a lo típico de la multipropiedad, y lo aceptaría si no
fuera, como le comento después, porque tenemos entradas para el
concierto de Elton John de mañana. "Pasado" me propone, pero yo le digo
que estamos en una excursión al Cañón del Colorado. Él, que ya sabe que
no estaremos más días, se expresa en plan: "¡joder, te has venido a Las
Vegas con todos los días programados!". Es cierto, y estoy orgulloso,
pero avancemos en esto. Le comento que esa tarde sí la tengo libre para
ir a ver el espectáculo así que le pregunto si hay alguna forma de
verlo, a buen precio, sin adquirir ningún compromiso que nos quite el
poco tiempo que tenemos. Me dice que podría verlo por 60$, como hacen
los locales (¿Vegasianos?). Resulta que he de sacar la misma entrada de
40$ donde él me dice y luego, cuando entre, le de 20$ al acomodador y
le diga que me busque un buen sitio, él ya entenderá. Acepto sin
dudarlo. Creí que me quería vender algo, pero resulta que en
realidad me está explicando trucos para beneficiarme de ellos por aquí.
Me dice que me explicaría más cosas, pero que como ya tengo los días
ocupados... Pues nada, le doy la gracias y salimos para el Treasure
Island, mientras mi hermana decide que se va "de picos pardos" a
disfrutar de la noche de Las Vegas por su cuenta.
Cuando salimos al exterior la noche ya ha llegado, pero no la
oscuridad. Hay luces por todas partes y hace calor, del seco. Tenemos
el tiempo bastante justo para llegar al Treasure Island a tiempo, pero
el Strip de noche nos atrae más. Hay puentes para cruzar sobre la
carretera. En frente, el MGM, a la izquierda el NYNY. Vamos para este
último. Nos ponemos a hacernos fotos en el puente de Brooklyn, que se
diferencia del de verdad porque aquel no tiene pantallas con
publicidad, pasamos junto a la estatua de la Libertad y admiramos las
réplicas del Empire State y el Chrysler Buildings. Decidimos verlo por
dentro. En la puerta un hombre nos entrega descuentos para el Bar
Coyote, que está ahí mismo. Empezamos a estar de acuerdo en que no
vamos a llegar a la función, bastante más lejos, Strip abajo. Nos
quedamos maravillados de la decoración del interior. Aparte del Casino,
claro, hay una zona de bares y restaurantes en lo que vendría a ser un
decorado de las calles de Manhattan, con árboles y el cielo pintado
como si fuera de día.
Salimos para seguir por ese lado del Strip. Hay unos pasillos
montados para que la gente pase ajena a unas obras de lo que parece ser
un mastodóntico proyecto. Otro hotel seguramente, del que sólo está el
esqueleto, pero del que ya se adivina el tamaño. Nos van repartiendo
papeles que recojo con curiosidad. La mayoría contienen la foto de una
tía buenísima, un nombre, un teléfono y un precio que me parece
irrisorio: "Special 35$". Eva me dice que no coja más. "Son para
coleccionar, mujer".
El Montecarlo rebosa lujo, así
que nos metemos. Hay poca gente en el Casino. Nos quedamos mirando a un
par de jugadores en las máquinas tragaperras. Estas máquinas han
evolucionado, ya no se ve la típica imagen del cubo lleno de monedas,
sino que sólo aceptan billetes o tarjetas de crédito. La mayoría de los
jugadores le dan al botón constantemente con la tarjeta colocada en la
máquina Dios sabe cuánto tiempo. Vemos a uno ganar 6000$, pero sigue
jugando. Por cierto, los premios tampoco salen en monedas, sino que se
anuncian con pomposidad en la pantalla y se cargan en la tarjeta, o se
imprimen en un ticket que puedes cambiar en ventanilla o, claro está,
introducirlo en otra máquina. Decidimos cenar allí, con todo el lujo.
Hoy estamos caprichosos y nos apetece sushi, así que nos metemos en el
Dragon Noodle, que aunque va de restaurante chino, también ofrece
comida japonesa. Es caro, pero ya lo he dicho: estamos caprichosos. Es
difícil resistirse a todo en Las Vegas. Puedes pedir el que quieras por
cerca de 10$ las 7 piezas. Así que escogemos cuatro clases diferentes y
algunas cosas más.
La cuenta de la cena la redondeo a 63$ al añadir la propina, algo más
que en los demás puntos del
viaje.
El siguiente hotel es el Bellagio, y delante
está el Paris. Hacemos unas fotos a la acera de enfrente mientras
esperamos que las fuentes del Bellagio comiencen su espectáculo, que
tengo entendido es cada cuarto de hora.
Vemos una réplica de la Torre Eiffel, del Arco del Triunfo,
del
edificio de la ópera, y todo el hotel en sí tiene una fachada que
recuerda al Louvre. Espectacular. Pero nos toca girarnos porque
comienza la música en el Bellagio.
Diferentes
chorros, de diferentes alturas, ejecutan una coreografía al son de la
música. Nos recuerda a la fuente de Montjuic, y Eva opina que es mejor
la nuestra, pero ahora estamos aquí. Además del espectáculo en el lago,
la fachada iluminada del Bellagio se erige, imponente, como decorado de
fondo.
Es un espectáculo fantástico, que además van repitiendo durante toda la
noche, aunque con diferentes músicas y movimientos de agua.
Yo creo que es tan diferente a la fuente de Montjuic como
para
poner este espectáculo en otra categoría. Y si no, mirad la foto.
Perdida ya la opción del espectáculo, decidimos meternos en
el
Casino del Paris para ver el hotel por dentro y jugarnos algunas
perrillas, ya que estamos donde estamos. No muchas, yo me pongo un
límite de 40$, cuando los pierda recojo.
Voy
mirando las ruletas para escoger la mía, las hay con diferente límite y
busco una con el menor posible. Mientras, admiramos el decorado.
También
está ambientado como si fuera de día, y es que está montado de forma
atemporal. Nada te da una referencia del tiempo, ningún reloj, ninguna
ventana, siempre hay gente, puedes estar a las 4 de la madrugada o a
las 12 del mediodía y no notarás ninguna diferencia ahí dentro.
Al final encuentro un asiento en una ruleta junto a una
barra. Lo
que le va bien a Eva, porque es donde se va a colocar. El límite es de
10$, así que descambio 20 por dos fichas. Comienzo buscando faltas o
pasas basándome en lo que ya ha salido. Cuando tengo algunas fichas más
me atrevo con las de un tercio de los números. Comienzo a hacer
combinadas, según la tendencia, pero nunca apostando a un sólo número,
sino a seis como mínimo.
Como voy ganando los otros
de la mesa, que son un grupo de jóvenes irlandeses que van juntos,
comienzan a
hablar conmigo diciendo que van a lo que yo, que parece que suelo
acertar la tendencia. Me extraña que sus fichas no tengan número, sólo
colores, pero me dejo hacer y poco a poco nos vamos alegrando de las
victorias, mientras la camarera me pregunta qué quiero beber cada vez
que me acabo la Coronita. Eva me visita y ve que tengo muchas fichas de
10$ y me ofrece guardarse algunas: le doy 100$. Resulta que el camarero
le está enseñando inglés. Me parece bien mientras el tío no cambie de
idioma.
El tema empieza a ser alucinante. Resulta que ganar está muy
bien
aquí, porque encima, por jugar, sigues teniendo barra libre, ¡y además
se puede fumar!. Sin
embargo, las bebidas de Eva hay que pagarlas, pero no son caras.
Además, ella tiene un don especial para que una copa de champán le dure
horas. Yo no puedo hacerlo. Cada tanto le hago una visita, me explica
cosas y le meto 100$ en el bolso. En una jugada el crupier se equivoca
y me paga pese a haber fallado, debe ser la costumbre. No se cuánto
rato estoy hasta que la suerte parece cambiar. De 200$ me quedan 40$ y
decido gastar las 4 fichas en una sola jugada. Pierdo, así que nos
marchamos, consciente de que he hecho 5 viajes al bolso de Eva, así que
tenemos 500$ que descambiar en ventanilla. Me dan los 5 Benjamins -
porque ya hablo como los de aquí - a cambio de la montaña de fichas y
nos vamos muy contentos de camino a nuestro hotel. Antes de salir
quiero una foto de ese interior, con ese casino al que le he sacado una
pasta y de esa réplica de la parada de metro de Montparnasse.
El retorno es lento. Nos paramos a contemplar otro
espectáculo de
las fuentes del Bellagio, y paseamos admirados de que el flujo de gente
no disminuya conforme avanza la madrugada. Además estoy muy contento
por el dinero ganado y por la barra libre, que siempre ayuda.
|
|
|
|