A las 8:30h sale el ferri hacia las islas Phi Phi. El embarcadero está
muy cerca del hotel donde hemos pasado la noche y, en dos horas, nos
pondremos en las islas. Tenemos un bungalow en la arena de la playa,
así que disfrutaremos de ésta. Seguramente, buscaremos la forma de
visitar Maya Bay, en la isla deshabitada de enfrente. Y daremos alguna
vuelta por el pueblo y la pequeña isla para disfrutar de sus paisajes.
Después
Nos despertamos en esa amplia y vieja habitación a
la que
llega el rumor de la tormenta a través de la ventana. Está lloviendo y
yo me cabreo porque hemos elegido la estación seca precisamente para no
tener nubarrones en la playa.
Sin prisas nos vamos
preparando para la marcha. Aunque antes visitamos el buffet del
desayuno, que podría ser lo mejor del hotel.
Después le pregunto a recepción por el ferri y me dice que me
deja el tuk tuk y el billete del ferri por 1000 Baht, pero como yo ya
sé que el billete vale 350 Baht le digo que sólo el tuktuk porque ya
tengo billetes.
El tuk tuk nos deja en el Rassada
Pier por 80 Baht por un trayecto de cinco minutos, pero luego allí me
encuentro con varios mostradores de agencias con diferentes nombres
pero, tras recorrerlos todos, el precio es el mismo: 600 Baht cada uno.
Les digo que no a todos y no parece que vaya a haber regateo. Tengo que
encontrar donde comprar los billetes "legales". Cuando entro en el
único lugar cerrado me encuentro locales abandonados y una oficina que
claramente pone información con dos tipos jugando con el ordenador.
Entro y les pregunto dónde se compran los billetes del ferri y me
responden en perfecto inglés que en cualquier mostrador de los de fuera.
Entonces les explico que ellos lo venden por 600 cuando el billete vale
350 y, a partir de ese momento, les veo sufrir un lavado de cerebro en
el que, de repente, ya no hablan inglés y con gestos no paran de
indicarme que no me entienden. ¡Inaudito!.
Paso la
hora que queda para la salida del ferri de las 13:30 dándole vueltas al
asunto. No me da la gana de entrar en el juego que tienen montado. Por
internet salía más barato incluyendo un taxi que te pasara a buscar por
cualquier hotel de Phuket, nuestro mismo hotel nos ha ofrecido algo más
barato y aquí parece no haber más remedio que pagar 1200Baht
por el
viaje. Conforme se acerca la hora estoy atento a dos cosas:
que alguno
de los mostradores rebaje el precio o que llegue el ferri de verdad y
se puedan comprar los billetes reales en él. Pero no ocurre ninguna de
las dos. La gente comienza a embarcar y nosotros no tenemos margen de
error: no nos podemos quedar en tierra. Al final me toca agachar la
cabeza y pagar los 1200 Baht viendo, además, que la mujer con la que
más habíamos discutido habla con todos los mostradores. Hay varios,
pero todos son el mismo con diferente nombre.
Ya en
el barco miro alrededor convencido de que aparecerá otro ferri, pero
eso tampoco pasa, así que zarpamos de ahí sin saber cómo funciona lo de
los billetes del ferri.
Y no será hasta que haya
vuelto a Barcelona que lo descubra. Para el que pueda
necesitar la
información: si llegas al pier sin billetes te costarán 600 Baht. El
precio de 350 Baht existe, pero es a través de agencias y/o hoteles.
Por lo que negocia con el hotel antes de salir o contrátalo por
internet, pero consigue los billetes antes si quieres ahorrarte algún
dinero.
Ahora toca disfrutar del viaje. Ya no
llueve, pero está nublado. Hay una gran sala de asientos dentro del
ferri, pero con un aire acondicionado escandalosamente gélido, así que
tomamos posiciones en popa, al aire libre y disfrutamos del paisaje,
con esas rocas emergiendo del mar. Además así controlamos nuestras
maletas. Es un decir, porque están sepultadas bajo una montaña de
equipaje. Funciona así: se montan tres montañas con las maletas y
mochilas, en el suelo y al aire libre, un montón con las etiquetadas
con "Phi Phi", otro con las que les han puesto "Ao Nang" y al último
grupo llevan etiquetas escritas con la consigna "Koh Lanta". Durante el
viaje siento molestias en el codo al apoyarlo... pues no lo
apoyo.
Dos
horas más tarde, puntual a las 15:30, estamos tomando
posiciones en la bahía de Phi Phi Don tras poder apreciar los paisajes
de esta pequeña isla en el mapa, aunque aquí se nos aparece bastante
grande. El aspecto es el de la foto, un curioso skyline dentado, pero
acorde a lo que hemos visto por el camino.
Ya en la isla, los paisajes se transforman en enormes cortes
en
la roca, siempre coronada con esa típica cabellera selvática.
Al
desembarcar se forma una cola pues han creado un cuello de
botella para que todo el mundo pase ante una mesa en la que se pagan 20
Baht por persona para la conservación de la isla.
Luego se atraviesa una pasarela abarrotada de
gente con una
oferta hotelera que hacerte y nos encaminamos hacia la izquierda, donde
más tarde que pronto daremos con nuestro bungalow. Para ello hemos de
arrastrar nuestras maletas por un camino mayormente de tierra y arena,
anula la ayuda de las ruedas en algunos tramos. Por el camino nos
cruzamos con los lugareños, muchos llevan remolques con mercancías como
hielo o frutas y los más privilegiados van en bicicleta. Y cuando
parece que nos vamos a acabar la playa identifico los bungalows.
Gracias a eso doy con el pequeño letrero de madera que nos da el nombre
del "hotel": Sand Sea View Resort y una recepción que consta de una
mesa de madera en la arena de la playa.
Pues ahí lo
tenemos, en primera línea de mar. El chico que nos lleva las maletas
también limpia de arena la terraza con una manguerita que hay colocada
en todos los bungalows ¡y a correr!. Es decir, ¡a relajarse!. Fuera
calzado y ropa que no sea un bañador. Aunque las actividades típicas de
aquí como tumbarse, hacer la siesta o bañarse tendrán que esperar
porque estamos muertos de hambre.
Hacemos
el mismo
recorrido que a la ida hacia el centro del pueblo, aunque hablar de
"pueblo" o incluso de "centro" se me hace raro en un lugar así. Digamos
que donde se concentran los comercios que son, básicamente, pequeñas
agencias de viajes y/o buceo, locales de masajes y/o peceras donde
colocar los pies para que los pescaditos exfoliantes hagan su trabajo,
restaurantes y/o puestos de comida callejeros y tiendas de
souvenirs.
Pero como todavía no estamos para dar muchas vueltas nos metemos en el
primer restaurante que nos parece adecuado. Su nombre: Amico Resto y
nos comemos unos espagueti marinera con una cerveza
Singha para
Eva y un pad thai de atún y una coca cola para mí por 375 Baht ¡y eso
que los espagueti ellos solos ya valen 200 Baht!. Y aunque la camarera
no
destila simpatía, la comida está buenísima y Eva, que es bastante
exigente en estos temas, dice que son los mejores espagueti a la
marinera que ha comido jamás. Además el restaurante tiene terraza a la
playa. ¡Como si hubiera algo aquí que no la tuviera!. Sin embargo, las
molestias del codo se hacen bastante insufribles y me duele sólo con el
roce de la mesa.
Phi Phi
Don hace
forma de "H", con un lado bastante más largo que el otro. La línea
horizontal es
una banda de arena que tiene bahía por los dos lados, y es aquí donde
se encuentra la "aldea".
Ya
comidos seguimos
explorando la parte contraria a nuestro bungalow, la que no conocemos:
Lodalum Bay, la de las fotos de abajo.
Allí comienzan a aparecer pubs y hay incluso un Seveneleven, donde me
compro un Magnum para hacer postre. La oferta de actividades es
inmensa, aunque no tan variada. Hemos descartado la excursión a Phi Phi
Leh porque Eva tiene razón cuando me dice "¿Acabas de llegar a una isla
paradisíaca y estás mirando cómo ir a otra?". Y es verdad, para un día
que vamos a pasar aquí lo vamos a disfrutar. Me atrae más un tour que
se llama "Desayunar con tiburones", que se basa en levantarse a las 5
algo de la mañana e ir a hacer snorkel a un lugar donde unos tiburones
pequeños e inofensivos van a comer. De nuevo acaba primando el
disfrutar de lo que tenemos. Y es que lo de las 5 de la mañana...
Luego pasamos a la bahía del otro
lado en la que la pleamar parece haberla dejado semidesnuda. Es casi
todo arena y las barcas tendrán que esperar a que mañana el agua vuelva
a hacerlas flotar. Hay gente desperdigada observando los cangrejos, y
nos unimos a esta actividad. Sin embargo empezamos a preocuparnos por
mi codo que, aparte de doler, se ha hinchado y ahora muestra un
aspecto morado nada tranquilizador, además de parecer
extenderse por el
brazo. Yo soy de evitar ir al médico siempre, y en una pequeña isla en
el culo del mundo más, pero Eva insiste y yo comienzo a pensar que aquí
hay bichos muy chungos como para no mirar qué me está pasando.
Así que nos vamos al hospital, que es la cabaña de la foto de
abajo y
que
ya conocíamos por haber pasado por delante anteriormente. Allí no me
hace falta hablar, voy mostrando el codo y ya me dicen dónde me he de
sentar a esperar. Cuando llega mi turno me atiende lo que hasta ahora
creía que era la recepcionista - y tal vez lo siga pensando -. Me mira
el codo, lo toca y se sorprende de lo caliente que está y acaba
haciéndome el siguiente diagnóstico: "Esto puede ir a más o a menos. Si
mañana va a más vuelve, si va a menos no hace falta". "Mañana no voy a
volver vaya el codo a donde vaya" me dieron ganas de decir, pero sólo
lo pensé, le sonreí y nos marchamos preguntándonos que si fuera una
picadura de algo lo habría identificado o no.
Ya en
el bungalow, me conecto a internet y comienzo a investigar por mi
cuenta. Enseguida me aparece la palabra "bursitis" que coincide con mis
síntomas y que no se produce por picaduras sino por algún golpe, y es
entonces, y sólo entonces, cuando un recuerdo aparece en mi memoria
como si se hubiera escondido el resto del día para fastidiarme. Por la
noche, totalmente dormido en el hotel de Phuket, me giro en la cama y
el brazo, lógicamente, acompaña a mi cuerpo, impactando con la esquina
de la mesita de noche que algún tirano ha decidido que quedaba bien
pese a ser algo más alta que la cama. Recuerdo que grité en sueños, y
seguí durmiendo. No recuerdo dolor, ni un lugar exacto de impacto, pero
si grité dormido eso debió doler. Me quedo más tranquilo. Si es un
golpe me lo podré mirar en Barcelona, si es que todavía queda algo
cuando regresemos. Lo que ya no me tranquiliza tanto es saber que mi
sueño es tan profundo que tamaña hostia no ha sido capaz de despertarme.
Pues nada, todo resuelto, a joderse y a cenar. La zona queda
bastante oscura de noche hasta que llegamos al comienzo de lo que he
venido llamando aldea. Allí decidimos entrar en un restaurante, junto a
la playa, claro. Tiene el pescado y marisco fresco expuesto fuera y nos
hemos de descalzar para entrar. Todo es de madera y, aunque tiene
teche, no tiene paredes. Supongo que para poder disfrutar de la brisa
del mar, aunque por estas latitudes el aire se mueve poco.
Una hora y 500 Baht más tarde nos damos una vuelta, lo que
significa que nos cruzamos la isla varias veces. Una calle da a la
esquina nordeste de esa línea horizontal de la isla, lo que sería la
derecha de Lodalum Bay en el mapa, y es la calle más animada. Nos
reparten publicidad sobre locales y se entremezclan las músicas
saliendo de cada uno de ellos, a derecha e izquierda, como en los
típicos pueblos de playa de nuestras costas. Cuando llegamos a la playa
en sí nos encontramos con las luces, el retumbar de la música y los
espectáculos con fuego. Es increíble que en este pequeño reducto de
tierra en medio del mar se pueda montar tal fiesta.
Mientras nos alejamos paseando por la orilla del mar hacia la
otra punta de esta playa, nos vamos cruzando con chavales y sus
botellones o sus filetes, según la suerte que hayan tenido. Al alcanzar
el otro lado, y justo antes de cruzar a Tonsai Beach, donde nos espera
nuestro bungalow, el estruendo de músicas suena lejano y las luces de
colores brillan en la otra esquina. ¡Es increíble!