Día 1 (06/10/2011)   Vuelo a Tel Aviv y llegada a Jerusalén


Antes   

  El vuelo a Tel Aviv sale de Barcelona a las 18:30 y tiene previsto aterrizar en el aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv a las 22:30. Habrá que pasar los exhaustivos controles de seguridad para entrar en Israel y, una vez fuera, pillar el sherut a Jerusalén. Nos debería dejar cerca de la puerta de Jaffa, por la que entraríamos andando y con las maletas hasta nuestro hotel, la Lutheran Ghesthouse.

Ruta de Aeropuerto a Jerusalén

Gasto previsto:  12€ por persona en el sherut.


Después


   El vuelo de Spanair con salida de Barcelona a las 18:25 y llegada a Tel Aviv a las 22:30 sale con media hora de retraso y llega una hora más tarde de lo previsto. Sin embargo, los trámites de inmigración son mucho más rápidos y sencillos de lo que me había imaginado. Ni entrevistas, ni registros... un simple control de pasaporte y listo. Además, como hay muchas garitas atendiendo, las colas son cortas y rápidas.

   Luego nos queda un largo camino a través del aeropuerto hasta el lugar de recogida de equipajes.

Welcome to IsraelAeropuerto de Tel Aviv
















   Justo al atravesar la puerta tras recoger las maletas tenemos la salida que indica taxis y donde identificamos varios sheruts. Cuando decimos que vamos a Jerusalén nos indican que vayamos para el primero al que le faltan dos personas para llenar, pero como somos cuatro estrenamos sherut. El conductor me pregunta dónde vamos y yo le digo que nos deje en la puerta de Jaffa, pero me dice que está cerrada y que me deja en la de Damasco. ¡¿Cruzarnos toda la ciudad vieja con las maletas?!. Le pregunto que si me puede dejar en la puerta Nueva y me dice que sí. ¡Menos mal que me he aprendido las siete puertas!. El minibús se llena muy pronto y en un trayecto de 40 minutos, que se nos hace corto mirando por la ventana y obviando el video de un concierto de un clon de Luis Cobos en la pantalla, nos deja frente a las murallas.
New Gate
   Son casi la 1 de la madrugada, pero hay mucha gente por la calle. Nos adentramos en la ciudad medieval y vamos esquivando personas y bajando hasta llegar a la puerta de Jaffa. Me había extrañado que me dijeran que la puerta estaba cerrada pues sabía que no tenía rejas ni portones, pero nos damos cuenta enseguida de a qué se refería: toda la ciudad parece estar aquí e introducirnos en la masa maletas en ristre se torna complicado.

   El hotel está cerca, pero la calle que nos lleva está acordonada por la policía y dos militares con metralletas. Me dirijo al primero con toda naturalidad mientras me indica que no se puede pasar y le explico que nuestro hotel está justo detrás. Él no sabe qué contestarme y me pide que se lo explique al policía del walkie talkie. Éste lo entiende enseguida y da un par de indicaciones para que nos dejen pasar. Y entonces empieza nuestra pesadilla. Bajar las maletas por los largos escalones ya es una tarea complicada de por sí, pero si lo haces entre cientos de personas, todas en dirección contraria a la tuya, ya es la repanocha. Nadie se detiene y nos las apañamos como podemos hasta ganar la calle del hotel, que resulta ser una estrecha escalinata hacia arriba. Al menos hemos salido del rafting en ese río de gente.

   Ya en recepción, es tan tarde que ni nos hacen el check in, eso quedará para mañana. Las habitaciones son algo pequeñas, pero las vistas son increíbles. Podemos ver las cúpulas del Santo Sepulcro, la torre de la iglesia de la redención y, iluminada como protagonista, la Cúpula de la Roca.

Cúpula de la Roca de noche   Estamos muy cansados, pero nos animamos y decidimos salir a avituallarnos un poco. Damos un paseo uniéndonos al increíble ambiente de las calles pasadas las 2 de la madrugada. Las tiendas de los bazares están abiertas e iluminadas. Hay menos gente que antes, así que parece que nos ha tocado arrastrar las maletas en el peor momento del día (y ya puedo decir que del año, ¡qué casualidad!). Volvemos a la habitación con botellas de agua y unos falafeles, y una fusión de barra de pan con rosquilla ovalada que llaman pretzel, dispuestos a fusionarnos con la cama. Estoy tan cansado que creo que me han tomado el pelo con el pan, pero no he tenido fuerzas para regatear: me han dicho 30 shekels por dos falafeles y un pretzel, yo he puesto cara de "¿Cuánto coño será eso?" y enseguida me ha bajado a 25 (5 euros).

   Un segundo más tarde estamos durmiendo.