El día de hoy está pensado para visitar el Milford Sound, el
impresionante fiordo de cañones estrechos con altas paredes rocosas,
abundante vegetación tropical
y saltos de agua.
Se hará en un crucero a primera
hora de la mañana que recorrerá los diferentes puntos de interés de
este paradisíaco lugar donde ya se puede avisar que llueve 300 de los
365 días del año. Lo que puede ser un inconveniente para disfrutar de
la visita, pero es la principal razón de su encanto, con exuberantes
cascadas.
Este lugar es candidato a las 7 maravillas
naturales del mundo.
Durante el crucero tendremos la oportunidad de ver
focas,
pingüinos, leones marinos, delfines, tortugas, etc...
Después, retornaríamos por la ruta escénica a Te Anau que ya
hiciéramos a la ida, el día anterior. En Te Anau visitaríamos unas
cuevas cuyos techos
aparecen estrellados debido a la proliferación de las larvas de unos
gusanos que, a modo de luciérnagas, iluminan su cola para atraer la
comida. La primera salida es a las 14:00h:
Una vez pasado Te Anau, nuestro
único objetivo es acercarnos lo máximo a The Catlins. Invercargill
sería
un buen lugar donde acabar el día.
Serían 270 Km, que deberíamos hacer en 3:20h.
Gastos de las actividades fijas:
Crucero
Milford Sound: 65 NZD por persona
Visita a las cuevas de los gusiluz de Te Anau: 70
NZD
Después
Amanecemos en completa soledad, junto al río y las montañas
nevadas que hoy hemos de atravesar. Como no queremos contratiempos nos
ponemos en marcha para llegar a la terminal de cruceros lo antes
posible. La Milford Road va cambiando de aspecto conforme se acerca a
los llamados Alpes del Sur, pero las zonas de acampada siguen surgiendo
por la carretera. Aquello de que era la última no sé en qué se basó
cuando se escribió.
Todavía tengo temores de tener que usar las
cadenas, y esos temores afloran cuando veo la nieve cada vez más cerca
de la carretera. Una lengua de nieve la atraviesa, pero alguien ha
limpiado la parte que podía cubrir el asfalto. El mantenimiento llega
hasta aquí. Aparecen diversas señales avisando del riesgo de avalancha
en algunas zonas y prohibiendo cualquier tipo de parada en ellas. Y
entonces aparece el túnel Homer.
Por alguna razón me esperaba algo más...
elaborado. La señal de altura máxima marca 3,81 metros y entonces me
encuentro preguntándome cuánto hace nuestra caravana. Preguntamos con
el walkie la opinión de los de atrás y sólo llega una respuesta: "No
cabe". Aun así, confiando en los cientos de caravanas que se habrán
encontrado con la misma duda y han llegado me adentro en él, por el
centro, y avanzo por una oscuridad estrecha, expectante y rezando por
no encontrarme ni siquiera una moto en la dirección contraria. La luz
del final me indica que nos salvamos esta vez, pero se me ha hecho muy
largo.
Al otro lado nos espera una vertiginosa bajada en
curvas rodeados de aún más nieve. Ahora ya está. Sé que a poco de pasar
el túnel está "The Chasm", la parada que queremos hacer, pero sólo
encuentro señales tapadas y un aparcamiento vallado. Después, ya bajo
la montaña y rodeados de esa vegetación selvática que nos había
abandonado hacía unos días, avanzamos hasta el embarcadero. Pero yo ya
sé, que debemos aparcar unos 200 ó 300 metros antes. Sólo los autobuses
pueden llegar hasta el final.
Así lo hacemos, somos los primeros, a excepción de
una caravana que de seguro ha pasado la noche aquí. Desde el
aparcamiento ya se tienen las primeras vistas de la postal más famosa
de Nueva Zelanda. También vemos algunos bichos volando, lo que es
extraño porque no hemos visto bichos en ningún lugar, a excepción de
unas pocas sandflies en Abel Tasman. Nos hemos metido de lleno en
selvas densas y no hemos llegado a ver ninguna mosca, araña o incluso
hormiga. Nos ponemos el repelente que traíamos de la Isla Norte porque,
aunque no sabemos si son sandflies o no, sí vemos que vamos a llegar al
final del viaje sin estrenarlo.
Caminamos por una pasarela entre bosque hasta
llegar a la terminal, que está cerrada. Un letrero anuncia que se abre
a las 9:00h. ¡Pues falta media hora!. Volvemos a las caravanas y de
nuevo, algo más tarde, a la terminal, cruzándonos con trabajadores que
se incorporan a su puesto en todo ese proceso.
Cuando están a punto de abrir ya somos varios los
que esperamos, incluido un grupo de chicos de Lleida. Cuando abren las
puertas la gente va preguntando de sitio en sitio para decidir con
quién hacer el crucero, pero yo ya he hecho ese trabajo, y nos
dirigimos directamente al stand de Juicy Cruize. Al final no alquilamos
la caravana con ellos, pero el crucero, por el que acabamos de pagar
55$ por persona, sí lo haremos. Como tenemos tiempo, me acerco al stand
de Real Journeys porque quizás puedo reservar la visita a las cuevas de
los gusiluz desde aquí, al ser la misma empresa. Sí que puedo, y
acabamos pagando 70$ por persona para la salida de las 14:00h. Debemos
estar a las 13:40h. Algo justo, pero lo haremos.
Salimos al embarcadero para hacernos fotos junto
al barco, que es el más pequeño, y el Milford Sound.
Es media hora lo que tenemos que esperar para
salir en él y deleitarnos con un crucero de hora y media por lo que
parece "el mundo perdido". Este primer crucero del día es el único en
el que se ofrece el desayuno gratis: té o café y un muffin, como una
enorme magdalena rellena de cosas deliciosas.
Las cimas nevadas contrastan con la frondosa
vegetación que envuelve todo lo que hay alrededor. El fiordo es un
estrecho cañón entre altas paredes verdes de las que caen, aquí y allá,
magníficos saltos de agua. Hasta que llega al infinito Mar de Tasmania,
lugar donde da media vuelta para volver.
Los paisajes nos dejan atónitos y las cámaras
trabajan sin cesar pero parecen incapaces de recoger todo lo que vemos
y vivimos.
Como broche final, el barco se acerca a uno de
estos saltos de agua para una ducha matutina a la que nos unimos
algunos.
La experiencia ha sido maravillosa y nos hemos
sentido transportados a otros mundos que sólo parecen existir en las
películas.
Pero la vida sigue, y aunque nos resistimos a
dejar este mágico lugar, debemos acudir al siguiente. Aunque nos vuelve
el temor al paso por ese túnel de esta mañana, esperemos que no nos
encontremos a nadie de cara.
Pero eso no es viable, el siguiente crucero es el de los autocares que
vienen de las ciudades, con lo que nos quedamos esperando a la entrada
del túnel un buen rato hasta que pasa el último de los que hay dentro.
Sin embargo, ellos no hacen lo mismo, y cuando lo estamos cruzando los
que vienen no se detienen y se cruzan con nosotros. Esos son momentos
que acojonan. Yo retiro mi retrovisor del conductor todo lo que puedo
hacia mí, pues no veo espacio para que pasemos los dos. Un ruido hace
que me pare en seco, pero los otros vehículos, buses hartos de hacer
este recorrido, nos obligan a continuar.
La Milford Road hasta Te Anau son dos horas, pero
ya demostramos que podíamos hacerlo en menos, así que nos plantamos en
la central de REAL Journeys junto al lago alrededor de las 13:20h. Ha
ayudado el hecho de que no hayamos hecho ninguna parada por el camino.
Cuando pregunté en los mostradores de los cruceros, me confirmaron que
The Chasm está cerrado. Tapar los carteles y vallar la entrada al
aparcamiento es la forma que tienen de "cerrar" un trozo de bosque.
Nos dan los tickets, pero no nos dan tiempo para comer, ya que
embarcamos enseguida cuando por fin hemos encontrado donde aparcar las
caravanas. En ese tiempo, hemos podido comprobar que aquel golpe que
oyéramos en el túnel de Homer, se traduce en una visible rascada en mi
caravana, con un boquete en medio. No tiene buena pinta.
Dos barcos en un día ya lo hace especial, pero
éste en el que estamos es diferente: mucho más rápido. Surca el agua
del lago Te Anau durante media hora pasando entre algunas islas y
desembarcando en una de ellas.
Un guía chileno se ha agenciado nuestro grupo por el tema del idioma,
con lo que tendremos un tour privado en castellano. Ya en tierra nos
explica cómo el río ha ido - y continua - excavando las cuevas,
abriéndose paso hasta el lago.
Somos los primeros en entrar en ellas y, cuando atravesamos la bajísima
entrada, dejando la espesa jungla detrás, nos adentramos en la
oscuridad, apenas atacada por las leves luces que marcan el camino en
las pasarelas por las que andamos. La prohibición de usar cámaras es
total, ya que el flash podría dañar permanentemente
a estos seres que vamos a ver y que tanto dependen de su tenue luz.
Tras pasar por algunas cascadas nos montamos en una barca
donde ya la
oscuridad es total. Incluso nuestro guía minimiza el uso de su linterna
en sus tareas de embarcarnos y desamarrar. Después, ayudamos a mantener
el silencio, mientras lo único que pueden ver nuestros ojos son los
grupos de puntos azules, como constelaciones concentradas.
Estamos un rato moviéndonos en la barca por la zona y, aunque estamos
todos juntos, la única compañía que notamos es la del sonido de agua al
correr.
Cuando salimos, nos vamos al centro de visitantes donde tienen una
exhibición y hacen una presentación ahondando en la vida de estos
gusanos, que en realidad son larvas de un tipo muy concreto de
mosquito. Es extraño e interesante.
El viaje de vuelta nos devuelve a nuestros vehículos. Ahora nos toca
conducir hasta Invercangill. Estamos satisfechos con lo que hemos
comido en la isla, galletas de esas gigantes que tienen aquí y algún
otro dulce. Eso nos permite llegar hasta nuestro destino.
Cuando salimos aún es de día y, contrariamente a la ruta
marcada en el mapa del principio de la página, tomamos la que pasa por
Manapouri, bajando antes a la costa Sur, simplemente porque es más
escénica.
Eso nos permite toparnos con la vegetación de esa zona antes, y aún de
día, y admirar esos árboles moldeados de tal forma por el viento
constante que viene del mar, que aparecen totalmente doblados hasta
crecer paralelos al suelo, tras un dramático giro de 90º de su corto
tronco.
Hemos elegido el Beachside Holyday Park, a las afueras de Invercangill,
al que llegamos ya a oscuras, no sin antes encontrarnos con que la
carretera acaba directamente sobre la arena de la playa. Gracias a un
coche que adivina - supongo que porque pasará con frecuencia - nuestro
desconcierto para llevarnos hasta el camping.