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Dia
13
(22/09/2013) Estambul
Antes
El
avión debería aterrizar en Estambul sobre las 11:00h. Tenemos previsto
pasar el control de inmigración y apuntarnos, antes de las 12, al tour
gratuito que Turkish airlines ofrece a sus pasajeros en tránsito.
Este tour incluye la comida y la visita, con guía de habla
inglesa, a la Mezquita Azul, la Cisterna Basílica y el Palacio de
Topkapi.
Yo he preferido la entrada al Palacio de
Topkapi antes que en Santa Sofía porque lo que realmente me parece
imprescindible son las vistas del Bósforo desde esta construcción en la
costa.
Como nos dejan libertad, podríamos escaparnos por
nuestra cuenta al Gran Bazar.
Sea como sea, deberemos estar a tiempo en el
aeropuerto para nuestro vuelo final a Barcelona a las 21:05.
Las referencias marcadas en el mapa son:
1- Mezquita Azul
2- Santa Sofía
3- Cisterna Basílica
4- Palacio de Topkapi
5- Gran Bazar
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Después
A las 5h estamos cargando las maletas en el coche que nos ha
venido a buscar. Este conductor ha traído un coche distinto cada una de
las tres veces. Como no hay un alma por las calles llegamos al
aeropuerto en 10 minutos y nos despedimos de él y del país entero.
Nos unimos a la cola que hay para entrar al aeropuerto, pues
hemos de pasar un control de seguridad, y recogiendo las cosas de la
bandeja que sale del escáner nos recoge un empleado de Turkish airlines
que nos dice que no vamos tan bien de tiempo como pensábamos.
Pero sí lo vamos, y entre el rápido check in en el que no me dan
el billete de Estambul a Barcelona, aunque me prometen que las maletas
sí van facturadas a destino, y lo pequeño que es este aeropuerto,
cuando llegamos a nuestra puerta de embarque tengo tiempo para buscar
dónde cambiar mis chelines sobrantes. Como no encuentro una oficina de
cambio pregunto a una empleada que me dice que la oficina está al otro
lado del control de seguridad que da a las pocas puertas de embarque.
Me propone ir ella a cambiármelo, y yo me fio y se lo doy. Al contrario
de lo que apostaréis muchos, la mujer aparece 10 minutos más tarde con
mi cambio en euros.
Es normal que este aeropuerto
sea tan pequeño, pues comprobamos en un monitor el tráfico que tiene
para hoy: 9 vuelos. El nuestro es el segundo.
Despegamos cuando está amaneciendo en Mombasa y tenemos un
placentero vuelo hasta Estambul, entre películas y alguna dormida.
Llegamos a la hora prevista, sobre las 13h, y vamos a la
ventanilla a por los 2 visados turcos, por 15€ cada uno, y sacamos
alguna liras del cajero que hay al lado. Todo esto antes de unirnos a
la larguísima cola del control de inmigración. Tras estos trámites,
buscamos y preguntamos pero tardamos mucho en encontrar el mostrador
del tour gratuito a Estambul. Sabemos que vamos tarde, pero quiero
informarme: resulta que el tour es independiente al vuelo, a las 12h
sale y, si no vas en él, no puedes reengancharte, aunque la culpa del
retraso sea de la aerolínea.
Ya veníamos con la
idea de salir a la ciudad por nuestra cuenta y resulta que la consigna
para dejar nuestro equipaje de mano está justo al lado (18 TL por la
maleta) y, en frente, la bajada al metro. Además nos dan un mapa de la
ciudad.
En una máquina pagamos 3 TL por cada una de las dos
fichas que metemos en los tornos para entrar. No te queda ningún
comprobante de la transacción una vez dentro. El trayecto en metro es
rápido hasta Zeytinburnu, donde hemos de volver a sacar fichas para
hacer el transbordo al tranvía, y ese trayecto de 15 paradas hasta
Sultanahmet sí que es largo, aunque más entretenido mirando la ciudad. Tardamos algo más de una hora en llegar desde el aeropuerto.
Cuando bajamos, vemos un festival coreano, con espectáculos y
stands. No sabemos de qué va la cosa, pero hay mucha gente paseando, y
nosotros usamos un puesto de shawarmas con una letrero anunciando 5 TL
uno con bebida para comer los dos.
Dejamos el
parque y evitamos entrar en la fira coreana para aparecer en el
hipódromo. Esta extraña plaza es rectangular y muy alargada
precisamente porque mantiene la forma de lo que había aquí en la época
en la que esta ciudad era la capital del imperio bizantino. Destacan
los dos obeliscos que debían marcar las dos curvas de 180º.
Los dos obeliscos son muy diferentes entre sí: el que parece
nuevo es el más antiguo, traído de Egipto, el que parece antiguo se
talló aquí en honor al emperador Constantino.
Justo
ahí está la entrada a lo que para mí es la joya de Estambul: la
Mezquita Azul. Aunque más pequeña, es mucho más bonita que Santa Sofía,
por fuera y por dentro. La construcción luce magnífica desde el patio
lleno de gente.
Un letrero marca las horas de rezos porque son las que no están
abiertas al público. Nos fijamos que a las 16h cerrará a los visitantes
y, como faltan quince minutos, nos apresuramos a seguir las
indicaciones que nos llevan a la entrada de turistas, en el lateral
derecho. Varias advertencias marcan el camino a seguir: no se puede
entrar con ropa corta, aunque mis piratas pasan el corte, hay que
llevar el calzado en una bolsa de plástico que te proporcionan y Eva se
tapa la cabeza con un pañuelo que ya llevaba.
Todo
el interior es de moqueta roja, y las paredes están adornadas con finas
pinturas hasta los altos techos, desde donde cuelgan de forma
espectacular, las grandes lámparas, hasta quedar suspendidas a escasos
metros del suelo.
Salimos por el lado contrario al que entráramos. Por ese lado,
una fuente con un pequeño jardín a su alrededor, separa esta maravilla
de la maravilla oficial: Santa Sofía.
Aunque las entradas son baratas, hemos decidido no entrar en
Santa Sofía (20 TL pp), ni en la Cisterna Basilica (10 TL pp) y vamos
para el palacio de Topkapi, pero sólo a ver algo del Mar de Mármara y
el Bósforo, con lo que tampoco pagaremos los 20 TL de su entrada. Yo ya
visité estos tres lugares la anterior vez que estuve aquí, cuyo relato
puede verse en esta página de Estambul.
Nosotros pasamos por el escenario que tienen montado frente a Santa Sofía y giramos siguiendo su lateral.
Estamos frente a la entrada del Palacio de Topkapi. La calle
sigue hacia abajo y me veo tentado a seguirla porque se intuyen vistas
del estrecho, pero Eva me convence a ahorrarnos el riesgo y mirar desde
el primer patio del palacio, que es el gratuito.
Esta zona también está llena de gente y la parte derecha del
patio, que es la que da al mar, está cerrada. Parece que es algún
recinto militar. No podemos asomarnos a la muralla, pero tenemos alguna
vista del Bósforo desde aquí.
Nos volvemos. Todos estos ahorros de visitas han sido para sacar
tiempo para ver el Gran Bazar. Algo que yo tampoco pude ver cuando
estuve aquí en 2010. Salimos del Palacio disfrutando la bonita vista
que hay desde esta puerta.
Compramos un puñado de castañas por 3 TL que nos comemos en el
camino de vuelta al tranvía. Esta vez son sólo dos paradas, aunque en
un tranvía muy lleno.
Nos bajamos en Beyazit y
seguimos las señales que apuntan al Gran Bazar, pero aunque entramos
en un par de sitios que lo parecen, son muy pequeños. Cuando
preguntamos nos dicen que el Gran Bazar está cerrado los domingos. ¡Qué
fallo!
Pues hasta aquí nuestra visita. Nos hacemos
con algunos souvenirs en las tiendas cercanas y nos subimos al tranvía
para el camino de vuelta al aeropuerto.
Allí recogemos nuestra maleta de mano y hacemos la facturación
para que nos den las tarjetas de embarque. Vamos muy bien de tiempo,
así que miramos las tiendas del aeropuerto.
Cuando dejamos Estambul ya sabemos que llegaremos tarde a
Barcelona, pero poco importa, tendremos tiempo de descansar de esta
aventura, que lo ha sido de verdad.
Repasando las
fotos, los recuerdos que deja este viaje son fantásticos, y las
imágenes con las que hemos convivido estas dos semanas eran naturales
allí, pero traídas a casa nos parece mentira que hayamos estado allí y
hayamos visto lo que muestran.
Los alojamientos han
sido muy buenos y las carreteras muy malas, pero forman parte de la
experiencia. Ahora hasta tenemos el traqueteo del coche botando en esos
caminos infernales como un buen recuerdo.
No
cambiaría gran cosa del itinerario, aunque ahora las jornadas de safari
nos parecen pocas. Aunque he aprendido a que hay que ser más previsor
en algunos países, aunque no sea culpa suya, como para, por ejemplo,
avisar al banco de que vas a estar allí.
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