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Día
1 (14/02/2010) Tour por Estambul
Antes
A las 8 de la mañana deberemos estar en la recepción del hotel para
unirnos al tour por la ciudad que tiene previsto visitar la mezquita
azul, Santa Sofía, las cisternas y el Palacio de Topkapi.
Las referencias en el mapa son:
1- Mezquita Azul 2- Santa Sofía 3- Cisterna Basílica 4- Palacio de Topkapi
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Después
A las 8:00, puntuales, sale el autocar que nos
lleva a la
parte más turística de Estambul, tras cruzar el puente Galata hacia el
Sur. El viernes he podido escaparme al Gran Bazar a hacer unas compras,
pero no he podido ver más de la ciudad. Las ventanillas muestran una
ciudad que forma colinas de edificios bajos pobladas de mezquitas con
sus minaretes sobresaliendo y dando el toque exótico.
Nos bajamos en lo que se anuncia como el Hipódromo y es que
antaño ese lugar tuvo esa función, aunque cuesta reconocerlo ahora. Es
una plaza abierta, larga y estrecha, con dos obeliscos marcando donde estuvieron las dos curvas de 180º.
Uno es egipcio y el otro romano. El de Constantino es el más grande y
obeliscos que, en los tiempos en los que se celebraban aquí las
carreras de caballos, marcaban feo. No es por nada, pero cuando lo
único que muestran son ajados ladrillos formándolo es normal que el
turista se fije en el pequeño, pulido y con inscripciones jeroglíficas.
Por no hablar del pedestal de mármol blanco, con relieves de la época
romana.
Después toca entrar en la Mezquita azul, que ya habíamos
podido
ver, majestuosa, ante el hipódromo. Tiene seis minaretes y toda la
construcción es fantástica. Predomina el azul en los múltiples tejados
abovedados y los mensajes dorados, indescifrables para nosotros.
Cuando nos preparamos para entrar puedo ver la zona reservada
para el aseo de los pies ya que, como en todas las mezquitas, no se
puede entrar calzado. La solución que ofrecen es la de obtener una
simple bolsa de plástico donde poder llevar los zapatos en la mano.
Al entrar se entiende la razón de esta norma. Absolutamente
todo
el suelo está enmoquetado y es un sitio "hábil" para rezar. El calzado
podría manchar el lugar donde otro fiel podría poner la frente. Por
otro lado, el interior es espectacular. Sorprenden las grandes lámparas
circulares que cuelgan con cables desde la profundidad de estos altos
techos para ir a mantenerse a escasos metros del suelo.
Cuando salgo me encuentro con un perro durmiendo
tranquilamente
en uno de los patios. Es una imagen común en la ciudad, y nos vamos
encontrando perros confiados al descanso en cualquier lugar de la acera
o calzada. También hay multitud de gatos en lo que parece ser una
pacífica convivencia en las calles.
Justo al lado
se encuentra la famosa Santa Sofía. Sólo un pequeño parque separa a la
mezquita de la que, aunque una vez lo fuera, quedó como basílica de
forma definitiva. Ahora es un templo católico que destaca por su color
rojo que viene, básicamente, del ladrillo del que está formada.
Este ladrillo se hace evidente cuando se llega a
ella y se puede ver con más detalle. De hecho, de
cerca decepciona un poco: por un lado parece más un edificio que
necesita ser reformado que el principal monumento del país - quizás
para ellos no lo sea -, y por otro, pierde cualquier comparación con su
vecina Mezquita azul.
Hay algunos restos de
columnas y dinteles alrededor, pero en general, muestra un aspecto
descuidado, por dentro también. Yo creo que puede tener algo que ver el
hecho de ser una mezquita convertida en templo católico. Y dentro de
hace evidente, el aspecto es el de una mezquita que ha sido
vaciada de signos islámicos y de esas espectaculares lámparas, y se le
han colocado mosaicos y pinturas de la mitología cristiana.
Siendo justos, el monumento es espectacular, las alturas
dentro
te tuercen la nuca y los tonos amarillos y dorados se suceden. Sería
una auténtica maravilla si pudiera evitar las comparaciones con su
vecina, aunque le gana por antigüedad. De hecho, el ser la primera es
algo relevante en la historia de estos monumentos, ya que, tal como nos
ha contado la guía, la Mezquita Azul se construyó con el firme
propósito de eclipsar Santa Sofía una vez convertida en templo católico.
Salimos por otro lado para encarar la siguiente
visita, que está al otro lado de la calle, sin destacar en absoluto en
el exterior: la cisterna basílica. También se le llama palacio
sumergido, un nombre sugerente que poner en los catálogos turísticos. Es
en realidad un sitio sorprendente: cientos de columnas formando una
enorme matriz emergen de las aguas, que se intuyen sólo por el titilar
del reflejo de las luces en su superficie, que están para evitar la
oscuridad total. Es como una gran sala inundada. Su propósito era,
evidentemente, el de almacenar agua y su visita estimula el olfato, ya
que la vista y el oído se ven mermados.
Un sistema de pasarelas de madera permite al
visitante recorrer el interior y acceder a rincones como el que viene
señalado como "cabeza de Medusa", un extraño bloque de piedra con una
cabeza femenina, de lado, en una de sus caras, y boca abajo, en otra.
Como además está situado en la base de una columna, todo el
conjunto en sí da la sensación de estar al revés.
Después es el momento de ir al Palacio de Topkapi, que
también está aquí al lado. Todas estas visitas se hacen con un
desplazamiento de unos pocos metros de un lugar a otro. Enseguida
atravesamos la puerta imperial y entramos en una especie de parque
limitado por muros del ladrillo que ya viéramos en Santa Sofía y con
finalizaciones dentadas a modo de castillo. En algunos tramos la vista
se abre hacia el Mar de Mármara y la costa opuesta a este estrecho que
es el Bósforo y que separa la ciudad, el país y dos continentes.
Esta zona está llena de gatos que campan a sus
anchas por estas grandes áreas. El camino recto nos lleva hasta la
Puerta de la Acogida que nos "acoge" en el palacio y el paisaje se hace
menos natural a través de otro jardín, mucho más pequeño. Esto es lo
que se llama el segundo patio. El primero era el
parque anterior.
La Puerta de la Felicidad nos lleva al tercer
patio, que ya es un patio al uso, con suelos de mármol y muros y
puertas del palacio por los cuatro lados. Está limpio y bien conservado
y es un lugar bonito.
Cuando atravesamos la Cámara de Audiciones la guía
nos explica lo que hay para ver aquí, que se ve que es mucho, dominado
por la colección de trajes y las diferentes salas que componen el
tesoro imperial. Nos dejan algo de tiempo para que administremos como
queramos. Así que empiezo por la primera sala hasta salir por la
última. No dejan hacer fotos en ningún rincón de estas cámaras.
Los trajes son curiosos, anchas túnicas de gran
tamaño a excepción de unas piezas pequeñas para lo que suponemos serían
los hijos de Sultán. Tienen bonitos bordados y encajes, pero en zonas
minoritarias de las prendas. El tesoro es espectacular, una amplia
colección de virguerías hechas con piedras preciosas, donde destacan
los diamantes y las esmeraldas. Sin embargo, la última sala recoge una
colección que nos hace salir con la mosca detrás de la oreja. Contiene
reliquias tan espectaculares que no deben creer ni ellos que son
auténticas y de ahí la poca publicidad que se hace del pelo o el pie de
Mahoma, o la vara de Moisés. Aunque en lo que es la muestra, estas
reliquias se presentan como auténticas.
El poco tiempo restante lo dedicamos a atravesar
el cuarto patio y llegar al extremo del Palacio donde, a parte de una
cafetería, también se abren las vistas al Mar de Mármara en esta punta
del Bósforo. El tráfico de barcos es constante y se pueden ver justo
antes de la inminente orilla asiática.
Al fondo podemos ver el puente que une los dos
continentes. Es una gran guinda a esta mañana dedicada a conocer una
ciudad estupenda llena de historia. Todavía le quedan muchos siglos a
Estambul para igualar la fama de su anterior nombre: Constantinopla,
que llegó a ser incluso capital del Imperio Romano. ¡Ahí es nada!
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