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Día
9
(27/03/2015) Palacio de Catalina La Grande
Antes
El propósito del día es visitar Tsarskoye Selo,
donde se encuentra el Palacio de Catalina la Grande.
También podríamos visitar el Palacio de Alejandro, dedicando
así todo el día a este complejo histórico.
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Después
No tenemos prisa por salir hoy. Hemos leido en los foros
que el horario por la mañana para las visitas al Palacio de Catalina la
Grande para los que no vamos en grupo es de 12h a 14h, así que salimos
del hotel pasadas las 10h para llegar antes del mediodía a la cola de
entrada.
Bajamos en la estación de Moskovskaya como tenemos indicado en la
guía de la St. Petersburg card y seguimos a la gente con aspecto de
turista para decidir por qué salida subir al exterior. Esto nos lleva
al lugar equivocado de la plaza, aunque podría ser el correcto para
mañana. Resulta que desde este punto en el que estamos salen los
minibuses al aeropuerto, de ahí que muchos de los que seguíamos
llevaran alguna maleta. Como indica la guía, el transporte que buscamos
para hoy sale de detrás de la enorme estatua de Lenin que vemos a
nuestra izquierda, al otro lado de la calle. Volvemos al túnel para
cruzar la carretera y salir en el lado correcto y, de ahí, llegarnos a
la altura de la estatua.
Preguntamos "Tsarskoye
Selo" en el primer minibús que vemos y el conductor deja de comer de
una lata y se limpia las manos para recibirnos y entregarnos los
tickets por 35 rub cada uno. Escogemos nuestros asientos en el
interior, en donde sólo hay dos personas más. Es el número 342.
No
esperan a que se llene, sino que al poco sale bastante vacío y se va
llenando por el camino. Cuando llevamos ya algún tiempo hacemos la
misma jugada que ayer: nos ponemos en los asientos tras el conductor y
pregunto "Palace?". Me indica que no, que más adelante y ya confío en
que me avisará.
Sin embargo, ya en Pushkin todavía
busco confirmación cuando para junto a señales que indican la
proximidad del palacio. Me dice que todavía no, que una más y nos deja
ante una corta calle llena de puestos de souvenirs y directa al palacio.
Obviamos las tiendas porque vamos justos de tiempo y seguimos a
un grupo con guía porque creemos que nos llevará a las taquillas, pero
accede por la verja que da al patio cerrado del palacio y al que
nosotros no podemos acceder. El guarda nos indica que hemos de ir por
atrás.
Allí es fácil porque la cola marca el lugar.
Son las 12h y tenemos una cola considerable delante. Sin embargo, esto
no funciona como pensábamos. La espera se hace eterna porque abren
acceso cada 20-30 minutos aproximadamente. El problema es que entre
intervalo e intervalo grandes grupos de escolares llegan y los dejan
pasar los primeros. El hombre que tenemos detrás nos lo aclara todo:
ésta es la peor semana para visitar San Petersburgo porque es festiva
en los colegios y se organizan excursiones porque, además, tienen la
entrada gratuita. Esto también explica por qué ayer tuvimos que esperar
tanto para entrar al Hermitage siendo temporada baja.
Batimos el record y entramos tras una hora y cuarto de cola.
Dentro tenemos otra sorpresa: la entrada ya no forma parte de la St.
Petersburg card, con lo que hemos pagado este día de tarjeta para nada.
La web sigue diciendo que esta visita está incuida, pero el ticket
correspondiente en el librito está sellado con la palabra "Cancelled".
Son 400 rub cada uno. Dejamos nuestros abrigos, que han hecho su trabajo durante la espera
aunque hayamos acabado pasando frio, en guardarropia y nos unimos a la
muchedumbre que se acumula ante la puerta de acceso. Cuando conseguimos
asomar la cabeza, un guarda se apiada de nosotros y nos deja pasar al
indicarle que sólo somos dos.
Pasada la parte
sacrificada de la visita ahora nos queda disfrutar de ella. Subimos las
escaleras sorteando los grupos parados y comenzamos a atravesar
estancias.
Primero hacia un lado y luego de vuelta
por el otro y continuando mucho más allá, pasamos por el gran salón de
baile dos veces.
Aquí sí dejan hacer fotos, excepto
en el famoso salón de ámbar, que resalta por sus paredes y marcos
cubiertos de un mosaico de ámbar auténtico.
El
palacio es magnífico y la visita obligada. Cuando salimos son más de
las 14h y dejamos los jardines para más tarde pues es hora de comer. En
la calle turística que atravesáramos antes había varios restaurantes,
pero los precios expuestos son también turísticos. Al final subimos a
un pequeño local dedicado al poeta que da nombre a esta zona: Pushkin. Es el Cafe Bake'n'bards y compartimos una ensalada, con un Strogonof para Eva y un estofado para mi, por 1210 rub.
Sobre las 15:30h estamos de vuelta en los jardines que, como ya
pasara en Peterhof, tienen las estatuas cubiertas por cajas de madera.
Algunas zonas de la fachada del palacio están cubiertas con andamios y
una tela que los disimula para ayudar a las fotos.
Pasamos por varios palacetes y atravesamos un rio helado en
nuestro paseo por un entorno que se intuye que en verano ha de ser
verde y exuberante.
Llegamos a un lago
completamente congelado. Me gustaría hacerme una foto en el centro,
pero no me atrevo a pisar su superficie, que se me antoja frágil en la
orilla.
Cuando damos por finalizada la exploración
no encaminamos al lugar donde nos dejara el minibús y nos quedamos
esperando a que aparezca uno. La espera se lleva más de media hora hasta que aparece el 342.
Cuando salimos de la estación de metro de Admiralteyskaya son las
17:45h. Como son nuestros últimos minutos con luz en esta fascinante
ciudad, aplazamos el descanso en nuestra habitación un poco para
explorar el parque cercano a la Catedral de Isaac y la famosa escultura
"Caballero de bronce", símbolo de la ciudad.
Descansamos, pero no nos quedamos el resto del día en la
habitación porque queremos despedirnos bien de San Petersburgo. Salimos
a cenar a un restaurante de nuestra calle por el que habíamos pasado y
del que sólo sabíamos que podríamos probar pelmeni y borscht. Antes
cierro el taxi para mañana al aeropuerto en el hotel por 1700 rub
porque con nuestro equipaje no nos veo haciendo el trajín metro-minibús.
El Restaurante Gogol resulta ser mucho más: ambientado como una
casa del siglo XIX, los camareros van vestidos como sirvientes de la
época. El servicio es exquisito y la comida deliciosa. El borscht y los
pelmeni son tan fantásticos que, aunque estemos llenos, todavía
compartimos un tatín de manzana, también magnífico. Todos esos buenos
adjetivos apenas se ven reflejados en la cuenta: 2250 rub, barato
para nuestros estándares. Un muy buen final a nuestra etapa en esta
ciudad que se situa en los puestos altos en nuestro ranking de ciudades
favoritas.
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